Al terminar de exhumar los cuerpos, Victoria Soto pide disculpas a los migrantes muertos. Para averiguar quiénes fueron y devolverles su nombre, esta antropóloga —trabajando en cuclillas, dentro de las tumbas, y bajo temperaturas abrasadoras— debe moverlos, desnudarlos y extraer pistas de sus restos sepultados sin identificar en cementerios texanos.
“Siempre les digo que voy a hacer todo lo posible para ayudar a que puedan regresar a su casa”, cuenta Soto, de 24 años e hija de inmigrantes mexicanos. Mientras conversa con periodistas en San Marcos, a mitad de camino entre Austin y San Antonio, extiende sobre el piso la ropa de un indocumentado al que exhumó en enero de 2023 de una tumba en el condado de Maverick, Texas, donde estuvo cinco meses enterrado antes de convertirse en el caso OpID 0856.
“Cuando tienen algo religioso, como un rosario, les hago oración chiquita porque yo creo que les gustaría eso”, agrega antes de enrollar con cuidado las prendas lavadas, que aún desprenden un olor mefítico: un calzoncillo rojo, una camisa manga larga, una calzoneta azul remendada con hilo blanco y una camisola de baloncesto con el número 23, el de Michael Jordan cuando jugaba en los Chicago Bulls.
Mientras no se averigüe su identidad, sus pertenencias, dobladas dentro de una bolsa de papel, se guardarán en una habitación repleta de cajas delgadas de cartón –pequeños ataúdes de 30 pulgadas de largo– del laboratorio de Operación Identificación, un proyecto del Centro de Antropología Forense de la Universidad Estatal de Texas que desde 2013 ha exhumado o recibido 535 restos humanos hallados cerca de la frontera con México.
“Cada caja tiene una persona, los huesos de una persona. Cada caja tiene un número de caso, y hay casi 300 casos aquí”, explica Molly Kaplan, asistente de investigación del proyecto. “No importa si nomás es un cráneo o, si es un cuerpo completo, es una persona”, agrega Soto, que es analista de huesos en un equipo cuyo número varía pero raramente supera las 10 personas.
En poco más de una década, el proyecto ha identificado a 140 indocumentados: 99 ya fueron repatriados y 41 esperan a ser devueltos a sus países. “Es imposible seguir con la vida si uno no sabe qué pasó con su ser querido”, dice Kaplan en referencia a las familias de los migrantes. Pero, pese a ello, no todas lograrán recuperar a sus muertos.
¿Qué ocurre con los restos de un migrante indocumentado que pierde la vida en la frontera?
Todo depende de dónde muera. En Estados Unidos no existe una norma federal que determine cómo gestionar los cuerpos: el entramado de reglas para identificarlos y repatriarlos varía de estado a estado y en cada condado, que funcionan como pequeños reinos con sus propias regulaciones. A veces eso traba durante meses o años la identificación o repatriación. A veces, para siempre.
Tras consultar a 23 condados fronterizos en California, Arizona, Nuevo México y Texas, y con otros dos en el sur de Florida adonde llegan cuerpos de quienes no sobreviven a la travesía por mar, Noticias Telemundo concluyó que más de 1,500 indocumentados siguen esperando en morgues, laboratorios o cementerios a ser identificados y repatriados, aunque esta cifra está lejos de ser exacta.
Algunos condados cuentan sus muertos sin nombre, pero no saben cuántos son migrantes (cuando les consultamos, Yuma, en Arizona, tenía 39; El Paso, en Texas, 94; Broward, en Florida, unos 100). Otros saben cuántos migrantes murieron (Nuevo México contabilizó 187 entre 2020 y 2023), pero no cuántos de sus cuerpos guardan aún. Algunos sólo tienen conteos parciales (San Diego, en California, ofreció sólo cifras de 2022: tres cuerpos). Otros tienen datos precisos: en Arizona hay 1,386 migrantes muertos sin identificar de Pima, Cochise y Santa Cruz; en Monroe (Florida) hay dos. Y algunos, como Imperial (California), aseguran no tener ninguno.