La concentración del voto moderado impulsa al vicepresidente de Obama, que gana en Estados clave como Texas, Virginia y Massachusetts
La unión de los demócratas moderados dio sus frutos este Supermartes crucial de las primarias demócratas, la jornada con más elecciones en el proceso de nominación del candidato a las presidenciales de noviembre. Joe Biden, vicepresidente de la era Obama, ha logrado contener la ola de Bernie Sanders con victorias en nueve de los 14 Estados en juego y se ha encaramado como una alternativa más que sólida ante el senador izquierdista de Vermont. La retirada de candidatos ha cambiado el tablero de juego en apenas 48 horas y fortalecido a Biden, al que hace una semana casi se le daba por muerto. Se hizo con presas valiosas como Texas, Virginia o Massachusetts. Sanders ha conquistado el Estado más poblado e influyente, California, según las proyecciones de Associated Press, aunque los resultados definitivos tardarán en conocerse. Dadas las expectativas, ese triunfo equivale a poco más que salvar los muebles.
Muy atomizada hace una semana, la pugna demócrata es hoy un duelo de dos. En concreto, de dos perros viejos de la política que llevan años pensando en un momento como este. Para Biden, es la tercera intentona por la presidencia (se postuló en 2008 y en 1988). Para Sanders, la segunda (perdió las primarias contra Hillary Clinton en 2016). Para el partido, una duda hamletiana y otra estratégica: si este es el tiempo de un profundo giro a la izquierda en el partido, un ser o no ser; y si esa es la manera de recuperar el voto en territorios bisagra donde hace cuatro años se perdieron las elecciones.
La noche no sirvió para responder a ninguna de ellas, pero sí para reivindicar las posibilidades de Joe Biden (Scranton, Pensilvania, 77 años), que se lanzó a la campaña como una suerte de antihéroe: un varón, blanco y católico en la era de mayor diversidad de la política estadounidense; un miembro selecto del establishment frente a la ola antiestablishment, un político sin golpes de efecto en el imperio de las redes sociales.
Este martes ganó en nueve de los 14 Estados en juego —Texas, Virginia, Carolina del Norte, Massachusetts, Oklahoma, Tennessee, Arkansas, Minnesota y Alabama—, algunos de especial calado. La mayor parte de victorias en el sur se daba por descontadas, aupado en buena medida por el voto afroamericano, pero las de Texas, Virginia, Massachusetts y Minnesota sucedieron en contra de lo que las encuestas pronosticaban hace -literalmente- cuatro días. En Texas, el segundo Estado más importante (repartía 228 de los 1.357 compromisarios en juego de la noche), venció por cuatro puntos porcentuales frente a Sanders (33% a 29%), cuando los sondeos de las últimas semanas señalaban al senador de Vermont como vencedor. Sanders (Nueva York, 78 años), se ha hecho con Vermont, Colorado, Utah y, según las proyecciones, la joya de la corona, California, el territorio más poblado, con 415 delegados en juego (hacen falta 1.991 para asegurarse la nominación). Los resultados definitivos de este territorio tardarán en conocerse. Con el 38% de recuento, se perfilaba ganador, pero sabía a derrota. Maine aún estaba por decidirse ya muy entrada la madrugada, pero el balance era claro.
Un Biden pletórico se dirigió al público desde Los Ángeles, paradójicamente, en uno de los pocos Estados que perdió. “¡No lo llaman Supermartes por nada!”, exclamó. “Vamos a traer a todo el mundo a bordo, queremos un candidato que gane a Donald Trump”, reivindicó, y aprovechó para lanzar un par de dardos a su rival, al desdeñar a quienes prometen “una revolución”, pero no movilizan a tanto electorado, y rematar: “Queremos un candidato demócrata, demócrata orgulloso”.
Hace tan solo tres días, el Supermartes parecía destinado a coronar a un Sanders que lideraba las encuestas y los resultados contantes y sonantes, pero la carrera dio un giro radical después de las primarias de este sábado en Carolina del Sur. Biden ganó con autoridad y cargó de presión a sus rivales en el sector moderado del partido para echarse a un lado y favorecer su candidatura frente al senador de Vermont, un independiente que inquieta en las bases tradicionales del partido por el giro a la izquierda que representa. El lunes, Pete Buttigieg, que había ganado en Iowa y empatado en New Hampshire, y la senadora Amy Klobuchar, que no lograba alcanzar los dos dígitos de apoyo en los sondeos nacionales, se retiraron y pidieron el voto para Biden. Dos días antes, se había apeado el empresario Tom Steyer.
Un par de datos ilustran muy bien hasta qué punto la concentración del diseminado voto moderado ha beneficiado a Biden. En Minnesota, el promedio de los sondeos a lo largo de todo febrero daba como vencedores, casi empatados, a Sanders (26%) y Klobuchar (25%), senadora por este Estado, según los datos de Fivethirtyeight, una plataforma de datos y análisis de referencia. Este martes, retirada Klobuchar, lo ganó Biden. En Massachusetts, donde hasta hace tres días Sanders y Elizabeth Warren figuraban como primero y segunda, respectivamente, también ha vencido el político de Pensilvania. Y Warren, senadora por este Estado, ha quedado tercera.
La campaña de Elizabeth Warren está herida de muerte. No ha logrado arañar ni un tercer puesto en los cuatro primeros asaltos de las primarias. Los delegados o compromisarios que deciden la nominación se reparten en cada Estado en proporción a los votos obtenidos, siempre que se alcance un umbral mínimo del 15%. En la mayor parte de Estados en juego esta noche, incluidos California y Texas, Warren ha quedado por debajo.
La noche también echó un jarro de agua fría sobre el exalcalde de Nueva York Mike Bloomberg. El dueño del imperio informativo que lleva su apellido debutaba en esta carrera con una inversión publicitaria de cerca de 500 millones (190 más que todos sus rivales juntos) no obtuvo más que una victoria pintoresca, la de los demócratas de Samoa Americana, un territorio insular de 55.000 habitantes en el Pacífico Sur. No mostró mimbres para derrotar a su rival en el flanco centrista, Biden, pero sí para arañar votos que en una carrera ajustada pueden ser cruciales.
Fuentes de su campaña citadas por Associated Press señalaron que, tras estos resultados, se replanteará proseguir en la campaña, abriendo la puerta a una retirada que puede nutrir aún más al vicepresidente de Obama. La quinta en liza es Tulsi Gabbard, una congresista de Hawái de 38 años, con una campaña muy peculiar: acusa a su partido de manipular las elecciones, recibe elogios de la extrema derecha, ha hecho bandera del antintervencionismo militar.
Desde Vermont, Sanders insistió en la idea central de su campaña, la que le ha metido en el bolsillo a la mayor parte del voto joven. “Vamos a enfrentarnos al establishment corporativo» y también “al establishment político”, recalcó. “No podemos ganar a Trump con el mismo tipo de política vieja”, añadió. En 2016 se batió por la nominación demócrata contra Hillary Clinton y, aunque los primeros buenos resultados dieron ya aviso de que una nueva ola progresista pedía paso entre las bases del partido, se fue desinflando poco a poco. Él era un independiente, heterodoxo y socialista, y tenía enfrente a una única candidata, muy arropada por el votante tradicional y por los pesos pesados del partido. Cuatro años después, sin embargo, Sanders seguía monopolizando el flanco izquierdo —la candidatura de Elizabeth Warren, rival en ese sector, no le ha hecho sombra—, pero enfrente tenía esta vez a una ristra de aspirantes moderados canibalizándose entre sí.
Hasta ahora. Aún no hay nada decidido, faltan por votar Estados importantes como Michigan, Florida, Pensilvania, Ohio, Nueva York o Arizona, pero esta fue la noche de Biden. También la de los pesos pesados del partido que se han lanzado a apoyarle (es el candidato con más apoyos institucionales y de más nivel). El objetivo común es derrotar a Donald Trump, el camino para conseguirlo se acabará de decidir en las próximas semana o meses. De momento, la noche ha dejado algo claro: en un momento récord de diversidad política en Washington, con una participación inusitada de mujeres en política, la presidencia se juega entre tres hombres blancos septuagenarios.