El recorrido lo inició en el pisito que puso Maple en la Calle Corrientes 348, segundo piso ascensor, donde no había porteros ni vecinos y adentro corría el amor, para deslizarse cuesta abajo en mis rodadas, porque las ilusiones pasadas ya no las puedo aguantar y sueño con el pasado que añoro y que nunca volverá.
Insistió en convencer al auditorio, con su bien entonada voz de barítono que “todo es mentira y verás que nada es amor y que al mundo nada le importa yira, yira y que aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor no esperes nunca una ayuda ni una mano, ni un favor”; dolorosa afirmación de Enrique Santos Discépolo que pareciera haber adquirido carta de residencia en estas calles donde la compasión ya no aparece y la piedad hace tiempo que se fue de viaje.
Aunque bajo el ala del sombrero, cuantas veces embozada una lágrima asomada ya no pudo contener, Pablo Gardés, émulo de “el morocho del abasto”, en una noche que tuve la suerte de compartir en Cabimas, donde se mantiene un permanente reventón de talentos musicales, se refugió en el recuerdo de Mi Buenos Aires querido para remarcar que bajo su amparo no hay desengaños, pasan los años y se olvida el dolor.
El público premió con un atronador aplauso la actuación del cantor que confesó: “quiero de nuevo volver a contemplar aquellos ojos que acarician al mirar” y que bien pudieran tener los destellos de la mirada de la fan que ilumina esta gráfica.
Manuel Eugenio Colina