Si validamos la afirmación hecha por un filósofo de los nuevos tiempos llamado Ricardo Arjona: “uno está donde más se le recuerda”, con sobrados méritos José Trinidad Bracho (Carrao), permanecerá por siempre en la memoria de los aficionados al béisbol.
Su arma preferida para dejar “con la carabina al hombro” a los toleteros que enfrentaba fue la bola de nudillos, indescifrable lanzamiento de su invención, que le permitió conquistar lauros.
Recibió múltiples reconocimientos, entre ellos, un homenaje permanente en el Museo del Deporte, en Guaynabo, isla de Puerto Rico: en su honor bautizaron con su nombre el premio que destaca en cada temporada al mejor pitcher; en 1986 fue exaltado al Salón de la Fama del deporte venezolano; en 2001 al Pabellón de la Fama del Béisbol del Caribe. Posee el récord de por vida de más juegos ganados (109).
Su temor a los aviones le impidió incursionar en el Big Show.
Hablé con esta gloria del deporte frente a una humilde vivienda, ubicada en la Avenida El Milagro de Maracaibo, a muy pocos marullos del Mirador del Lago, meses antes de emprender su vuelo, más allá de la gloria, hacia la eternidad.
Al solicitarle que me refiriera alguna anécdota de su vida, me contó que hacía algunos años se separó de su esposa y ésta le planteó que debía entregarle, por ley, la mitad del valor de sus escasos bienes. Entre ellos, la vivienda que compartían.
Después me dijo que este procedimiento incluía otro inmueble que poseían. Yo le dije que esa casa era sólo mía porque me la había donado el Banco Obrero en un año que quedé como pitcher líder de una temporada….
Ante la insistencia de su ex, me contó el espigado lanzador que tuvo que lanzarle una recta de humo, por el centro del plato:
—Y cuantos innings pichaste vos ?
Manuel Eugenio Colina
Periodista