Dora María Téllez, la antigua heroína sandinista, sobrevive demacrada y en la oscuridad en la prisión de El Chipote, mientras Ortega celebra el aniversario de la revolución con sus antiguos compañeros de armas encarcelados
Las columnas guerrilleras sandinistas entraron eufóricas en Managua el 19 de julio de 1979 y a 93 kilómetros de distancia, en León, la nueva junta revolucionaria de gobierno se reunió para asumir el poder recién conquistado. Meses atrás un comando liderado por una mujer de pelo corto y boina había derrotado a las fuerzas somocistas en esa ciudad en una victoria estratégica para el derrocamiento de la dinastía. La mujer es Dora María Téllez, en ese entonces estudiante de medicina de 23 años y audaz combatiente que ya había participado en el asalto al Palacio Nacional. A la mañana siguiente del triunfo, el 20, Téllez marchó con la junta a Managua para unirse al júbilo y recuperar las posiciones que había abandonado Anastasio Somoza Debayle con su huida de Nicaragua. Ahora, 43 años después de este episodio trascendental en la historia reciente de Nicaragua, la Comandante Dos está encerrada en una cárcel del país que lideran Daniel Ortega y Rosario Murillo en régimen de aislamiento, oscuridad y con una significativa pérdida de peso a sus 66 años.
La delgadez y la palidez de Téllez, figura histórica del sandinismo aborrecida por la actual pareja presidencial, se aprecia con nitidez en un retrato hablado elaborado a partir de los testimonios de las escasas visitas recibidas, que su familia recogió y compartió en exclusiva con EL PAÍS este 19 de julio. La exguerrillera e historiadora mantiene su pelo corto, ya muy cano, la piel de su cara adherida a los pómulos, pero sin perder la agudeza de su mirada. “Ha perdido más del 15% de su peso corporal, pero ha sobrellevado bien la cárcel por su experiencia”, asegura un familiar de la presa política.
Téllez fue arrestada en junio de 2021 junto con otros exguerrilleros históricos sandinistas, opositores, periodistas y todos los precandidatos presidenciales, quienes aspiraban a desafiar en las urnas a Ortega y Murillo. La escalada represiva de ese año facilitó a Ortega y Murillo perpetuarse en el poder. La conmemoración del 43 aniversario de la revolución sandinista está marcada este año por un ambiente represivo y la consolidación de un régimen de partido único, en el que la persecución, la cárcel o el exilio son la condena de las voces críticas.
Los presos políticos de 2021 ya han cumplido más de un año en las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), mejor conocida como El Chipote. Un reclusorio lúgubre en el que las principales figuras opositoras, según han denunciado varios organismos internacionales en defensa de los derechos humanos con Naciones Unidas a la cabeza, son sometidas a tratos crueles e inhumanos. Un compendio de prácticas que van desde interrogatorios continuos, aislamiento total e indefinido, luces prendidas perpetuamente o, por el contrario, penumbra constante; chantaje psicólogo, falta de cobijas, de atención médica y una precaria alimentación que ha mellado en la mayoría de los reos: algunos han perdido entre 11 a 27 kilos, según las denuncias.
Junto a Téllez, en El Chipote estuvieron otras figuras históricas que Ortega y Murillo han encerrado, como el excanciller Víctor Hugo Tinoco y el general en retiro Hugo Torres, conocido como Comandante Uno en el asalto al Palacio de 1978, que derivó en la liberación guerrilleros sandinistas que mantenía Somoza, entre ellos el mismo Ortega. Estos dos compañeros de Téllez ya no están en El Chipote porque el primero, Tinoco, fue enviado a casa por cárcel después que Torres falleciera bajo custodia penitenciaria el 12 de febrero pasado.
El Comandante Uno no recibió atención médica oportuna para tratar una enfermedad preexistente y colapsó en la celda, algo que Téllez pudo ver. Fue trasladado a un hospital, pero ya era muy tarde. La muerte de Torres conmocionó y puso de manifiesto las precarias condiciones de los presos políticos, en especial la veintena más mayor. Ortega y Murillo decidieron imponer casa por cárcel a presos políticos que presentaban padecimientos delicados, aunque en otros casos los tratos inhumanos se han mantenido.
En más de un año de encierro, a los presos políticos solo les han permitido ocho visitas, espacios breves que no duran más de dos horas y que los guardas de El Chipote vigilan. Los más de 47 líderes opositores han sido condenados a penas de prisión que oscilan entre los 8 a 14 años por los supuestos delitos de “traición a la patria” y “menoscabo a la integridad nacional”, en juicios políticos en los que no permitieron a los acusados el derecho pleno a la defensa.
El deterioro de las condiciones en la prisión ha empujado a los familiares, pese al miedo a que les suspendan las visitas, la difusión de retratos hablados como el de Téllez. Los familiares han lanzado una campaña cuyo fin lo condensa su nombre: “Sé humano”, un alarido por la liberación de los presos por razones humanitarias. Una petición que ha ignorado el Gobierno ya que, en palabras de Ortega, quienes están en El Chipote y en el sistema penitenciario son “hijos de perra del imperialismo”.
“Lo que Dora no soporta es estar en la oscuridad todo el tiempo, no puede ni ver la palma de su mano. Prácticamente no la sacan al sol y está traslúcida… No en el sentido poético sino una palidez preocupante. Aunque se mantiene haciendo ejercicio y le da ánimo a otros presos políticos. La muerte de Hugo Torres la golpeó muchísimo”, describe el familiar de la exguerrillera, quien hace unos meses sufrió una severa infección cutánea en uno de sus brazos que derivó en una quemadura de segundo grado. “Después de ese episodio en la piel dijo sentirse débil y durmió toda una semana, hasta que se recuperó y volvió a los ejercicios”, agrega la fuente familiar.
“Un régimen que practica la tortura”
Mónica Baltodano es otra exguerrillera sandinista histórica y está libre porque se exilió en Costa Rica. Hoy historiadora, rechaza el encarcelamiento de sus compañeros de lucha y reivindica los nombres de otros presos políticos ligados al sandinismo de la revolución no tan reconocidos como Téllez y Torres. “En El Chipote está Irving Larios, el padre César Parrales, que fue embajador de los revolución ante la OEA; también hay presas hijas de otros luchadores de la época del ochenta como Tamara Dávila, a quien mantienen incomunicada desde hace un año”, dice.
Un hermano de Baltodano, Ricardo, también fue un preso político de Ortega en 2018, en la primera oleada de detenciones tras las protestas sociales de 2018 que cimbraron al régimen. De modo que la exguerrillera conoce de primera mano los malos tratos que denuncian familiares y derechos humanos. “Yo estuve presa bajo la dictadura de Somoza. Estábamos aisladas pero podíamos ver a nuestros hijos, no como ahora, como Tamara Dávila y otras presas. El régimen de Ortega sí practica la tortura. En 2018 hubo violaciones de muchachas, como documentan organismos de derechos humanos. Este régimen ha aplicado torturas abiertas y descarnadas como las de Somoza. Sin embargo, con los presos políticos de 2021, que son figuras, han tenido más cuidado en términos de no llegar a los golpes y aplicación de choques eléctricos. Pero es algo más perverso porque mantener a una persona aislada totalmente es una de las peores torturas en la cárcel. No tienen ninguna posibilidad de saber lo que ocurre en el exterior ni hablar entre ellos”, lamenta Baltodano.
A 43 años del triunfo de la revolución sandinista, Baltodano lo ve todo pervertido. Sobre todo al ver a sus compañeros de lucha en una prisión y no disfrutando de una vejez tranquila. A la exguerrillera le parece una infamia que Ortega y Murillo prodiguen tanta crueldad disfrazada de retórica revolucionaria.
“Daniel Ortega ha convertido al Frente Sandinista en un aparato a su servicio; un aparato electorero cuyos principios fundamentales ya son ajenos. El único objetivo y obsesión es el poder para defender los intereses y privilegios de su familia”, afirma Baltodano. “Aquella fuerza que fundó Carlos Fonseca, con propósitos de justicia social, liberación y avanzar en la democracia, ya no existe. Ha sido pervertida por el orteguismo, así como lo ha hecho con el Ejército, la policía, el Poder Judicial y todas las instituciones. Todo funciona como una correa del poder familiar”.