Manuel Eugenio Colina
La expresión de William Wordsworth en el poema “The Rainbow”, en 1802, “el niño es el padre del hombre” refiere que los adultos somos el producto de los hábitos, los conocimientos y comportamientos desarrollados en nuestra infancia.
Aunque tal afirmación ha generado, a través del tiempo, disímiles y encontradas opiniones debo confesarles, amigos lectores, que el cine mexicano me impuso el guión de gran parte de mi actuación existencial.
Como una especie de tráiler, les informo que en la casa donde me crié, en Buenavista, Estado Falcón, funcionaba en el patio interior un cine, en el cual dos o tres veces a la semana se exhibían películas rodadas en los famosos estudios “Churubusco” del país azteca.
Acompañado de mis primos, yo disfrutaba solamente de una parte del film, porque la mayoría de las veces me quedaba dormido, arrullado por las canciones entonadas por Pedro Infante, Jorge Negrete, Luis Aguilar, Fernando Fernández, Antonio Badú y otros astros de la pantalla grande.
A mis ocho o nueve años – y perdonen la distancia – yo podía cantar de memoria la “Malagueña Salerosa”, “Si Adelita se fuera con otro” o “Tengo dinero en el mundo” al tiempo que me caletreaba el Gloria al Bravo Pueblo que el yugo lanzó de Vicente Salias y Juan de Landaeta, que cantábamos, religiosamente, antes de entrar a clases. Patriótica y sana disciplina, hoy en desuso.
Fue otro “manito” Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes o “Cantinflas” quien en una de las cincuenta y dos películas que protagonizó, me dio la primera clase en el juego de Dominó: antes de iniciar una partida, preguntó a sus contendores: como vamos a jugar, como caballeros o como lo que somos ?.
Admito que tropezado muchas veces con las mismas piedras. Una de ellas, en el camino, me enseñó que mi destino era rodar y rodar… Tiempo después, siempre al alero de mis tíos, nos mudamos para un puerto pesquero, anclado en una pequeña bahía en la carretera que va de Punto Fijo a Judibana. Su nombre: Las Piedras.
Cambiemos de rollo. El artista plástico caraqueño Luis Alfredo López Méndez le tenía ojeriza al juego de las pintas porque afirmaba que este pasatiempo atentaba contra el arte de conversar. Cita que en una oportunidad le invitaron a una celebración: “me animé a ir porque sabía que allá me iba encontrar con algunos amigos. La primera hora discurrió entre chistes y recuerdos hasta que uno de los presentes señaló: Que buenos que estamos completos para echar una partida de dominó. Como éramos cinco, le argumenté: pero yo no juego eso. Me respondió: por eso es que estamos completos. Tú nos llevas la tantera. Resignado- continúa López Méndez – estuve anotando las pintas hasta que se presentó una discusión en la que intenté terciar; pero un iracundo jugador me espetó: tu te callas: “los mirones son de palo” (vocablo de la jerga dominocística que traduce: los espectadores no pueden hablar).
Desde muy joven hacía ejercicios físicos y ya en la Escuela donde estudiaba la educación primaria, que llamaban “elemental” escribía algunas notas para la llamada “Cartelera Mural”.
Esta querencia por las letras nos viene a los Colina, por herencia. Mi abuelo paterno, José Rosario López, escribía en mil novecientos ocho (1908) un semanario manuscrito en Buenavista. Información de fuente confiable: Google. De allí que resulta natural que de los hijos de Julia Hidalgo y de Luis Ismael Colina tres vinimos a usar y sudar tinta: Manuel Lorenzo, Luis Manuel y yo.
Mi afición por el deporte, la poesía y las letras me facilitó la preparación de un cóctel que me produjo grandes satisfacciones y problemas: sabedor que “cuando son muchas las penas las copas son llenas y cuando las penas son pocas son llenas las copas” practicaba, con excesiva frecuencia, el ejercicio de empinar el codo. Así, mataba dos pájaros con un solo tiro.
Pero una vez el disparo me salió por la culata: una madrugada, entre gallos y medianoche o mejor entre el clarear del sol y el aroma de café, llegué a la casa de mis suegros, con unas cuantas botellas entre pecho y espalda.
Me recibió mi esposa, con cara de cañón y me soltó una descarga de perdigones verbales, con el mismo tono que usan los gendarmes de las comisarías del país de los charros:
-¿de donde vienes? porque me imagino con quien estabas…
Ante el zarpazo de aquella fiera, la mente me trajo el recuerdo de José Alfredo Jiménez, el profílico, digo prolífico (se me enredó la lengua, del susto) compositor de Guanajuato y como pude le tararié;
-No te importe que venga borracho a decirte cositas de amor, tu bien sabes que si ando tomando cada copa la brindo en tu amor, no te puedo decir lo que siento, sólo sé que te quiero un montón y que a veces me siento poeta y vengo a cantarte mis versos de amor.
Como si ya lo hubiera ensayado, aquella pantera, disfrazada de mujer envuelta en una pijama, ripostó:
-si sigues así ya verás lo que te va a pasar…
Yo, que tengo como credo “ni con el pétalo de una rosa” le canté enseguida:
-no me amenaces, no me amenaces, si ya estás decidida a escoger tu destino agarra tu rumbo y vete, porque estás que te vas, y te vas y no te has ido y yo estoy esperando tu amor, esperando tu amor o esperando tu olvido…
Esa fue la gota que rebasó el vaso de su paciencia y me lanzó este balde de agua fría verbal:
-lárgate antes de que se despierte mi padre y la vaina vaya a ser peor…
Sólo atiné a mascullar:
-Yo sé bien que estoy afuera: pero el día que yo me muera, se que me vas a llorar, llorar y llorar !!…
con lo cual dí por cerrado aquel capítulo gris del rollo de mi vida.
Pero que va, también en esta ocasión ella tuvo la palabra final, cuando me alejé unos pasos gritó, con toda su alma, una expresión que retumbó en el vecindario, digna del cantinero del famoso Salón Bar “Tenampa”, de mi México lindo y querido:
-A palabras de borracho oídos de mostrador”.
To be continued !
ManeCol