Allí estábamos todos observando sorprendidos como el condecorado de esa tarde calurosa y pesada no le perdía ni pie ni pisada a uno de los asistentes más conocidos del singular evento. Eran más o menos las tres y cuarenta y cinco de la tarde de un martes trece de abril de mil novecientos ochenta y seis, y entre los más de noventa presentes ya más de uno había soltado la carcajada: ¿por qué razón el personaje que estaba supuesto a recibir un galardón quince minutos después, seguía de un lado a otro del patio del batallón treinta y cinco de la Guardia Nacional de Maracaibo a ese invitado en particular?
“¡Algo le pasa a ese perro!”, explotó el general García, cuando ya no pudo contener el nerviosismo que le producía la actitud inexplicable de “Fifí”, la estrella de la división canina antidrogas, precisamente en la tarde en que estaba supuesto a recibir una medalla de honor por su destacada labor al detectar en meses recientes los más grandes alijos de droga de los que se tenía registro en toda Venezuela. Ese pastor alemán resultaba tan valioso para el trabajo de la Guardia Nacional, que cuando el general García le expuso al estado mayor su intención de realizar una ceremonia especial para condecorar a “Fifí”, recibió el respaldo de todos.
Los preparativos tomaron alrededor de quince días, hasta que llegó la especial tarde. Al patio de armas de la institución encargada de salvaguardar las fronteras venezolanas se dieron cita representantes de todos los poderes públicos, miembros de la iglesia y periodistas de todos los medios de comunicación. Todos estábamos allí. Era la primera vez que la Guardia Nacional realizaba una convocatoria con un motivo tan simpático y ninguno de nosotros quería perderse los detalles de esa condecoración.
“Fifí”, ajeno a las angustias de “su comandante”, prácticamente arrastraba al sargento que lo sostenía con una gruesa cadena, en su afán por seguirle los pasos a “El Chino”, el más popular de los reporteros gráficos de la ciudad, ganador del último premio nacional de periodismo otorgado por la empresa petrolera Shell y varias veces distinguido con medallas y diplomas por diversas instituciones, entre las que él siempre mencionaba con cierto tufillo de orgullo la del ejército de la nación, que años atras había recibido en reconocimiento por sus múltiples trabajos en el marco de la preservación de la integridad nacional.
“El Chino” era todo un personaje, querido por todos y cuando se fajaba con su cámara, más que un fotógrafo, era todo un espectáculo. Inquieto, hiperactivo, siempre en la búsqueda del mejor ángulo, del gesto… de la acción que pasaba desapercibida para el lente de la mayoría de sus colegas. Con un estilo particular y en ocasiones poco ortodoxo, lograba fotos que eran de fácil lectura y algunas de ellas, sencillamente impactantes. Pero “El Chino”, como todos, también tenía su “pero”. Un “pero” que venía arrastrando desde los años bohemios de la década del sesenta, cuando el humo de la “Santa Marta Golden” llegó a su vida para quedarse y le abrió el camino hacia otros derroteros en los que, según él, se sentía bien y no le hacía daño a nadie, aunque en su fuero interno sabía que sus deslices eran los que habían truncado su prometedora carrera de futbolista profesional, suerte de “ave rara” en una tierra acostumbrada al destello de beisbolistas y boxeadores.
Esa tarde, luego que entramos al recinto de la Guardia Nacional me confesó que se le había olvidado dejar en el carro un “pucho” que llevaba escondido en una de sus medias. Le sugerí que regresara al carro a dejarlo y me respondió con su acostumbrada ambiguedad que no me preocupara por nada que él sabía manejar cualquier situación y que no iba a pasar nada. Pero “El Chino” no contaba con las habilidades olfativas de “Fifí”. Desde que se acercó a tomarle una foto al imponente animal, la tarde apacible del can al lado de su entrenador se convirtió en un ir y venir detrás del “Chino”. Ni el encaramarse a la tarima donde se iba a llevar a cabo la premiación, con el pretexto de hacer una foto panorámica, libró al inquieto reportero del asedio de “Fifí”.
“¡Qué vaina con ese perro sargento!, contrólelo para que deje trabajar tranquilo al ‘Chino’, porque así no podemos comenzar el acto”, gritó un alterado general García, casi rayando en el desespero. Pero las órdenes del atribulado sargento Medina no lograban calmar al fogoso “Fifí”, por más que pasaba del español al alemán, en un intento por imponer su autoridad y controlar la situación que ya amenazaba con salírsele de las manos. Él sabía que el general García odiaba quedar en evidencia ante invitados especiales, pero sobre todo cuando estaban presentes miembros de la prensa, y que en consecuencia estaba llegando al límite de su paciencia, por eso cuando “Fifí” dio un salto tratando de subir a como diera lugar a la tarima, le templó la cadena con más fuerza de la recomendable y el alarido de dolor de su compañero de trabajo fue tan patético y quejumbroso que todos los que estábamos allí volteamos a mirar asombrados. El general también. Su rostro era todo un poema. Sudaba, más colorado que de costumbre, y las venas que le sobresalían en la frente parecía que fueran a estallar de un momento a otro. Había llegado al límite de su paciencia.
“¡Sargeeeento… que buena vaina… carajo!
“Fifí” parecía realmente fuera de control. Había pasado de la intención a los gruñidos y sólo la gruesa cadena lo separaba de las piernas del “Chino”. Todos los presentes seguíamos la escena y más de uno había soltado la carcajada. Eso terminó de enfurecer al general García, quien le arrebató la cadena al asustado sargento con la clara intención de disciplinar él mismo al famoso perro, antes de que el acto se le convirtiera en una verdadera guachafita. Todos guardamos silencio. El momento era tenso y en el patio de la guarnición sólo se escuchaban los gruñidos de “Fifí”. Fue precisamente en ese instante que “El Chino” dijo: “Cálmese general, el perro tiene toda la razón… lo que pasa es que yo no estaba convencido de las habilidades por las que ustedes lo estaban condecorando y quise hacer una prueba, por eso me vine preparado con este pucho de marihuana escondido en la media –se agachó y sacó la porción de cannavis mostrándosela a todos- para ver que era lo que hacía “Fifí” y la verdad es que ahora me quito el sombrero y pido un aplauso para este buen animal”.
La ovación fue cerrada y todos los asistentes al acto, empezando por el general García, aplaudimos la salida del “Chino”, mientras él tranquilamente volvía a guardar ‘su pucho’ en la media y seguía tomando fotos…
Alfredo Mantilla, Editor de El Colombiano