A la una y ventidós de la tarde de hoy (2-2-2023) estaba Don Mario en la plazoleta de Quai de Conti, en el distrito número 6 de París, frente al Sena. Cabellera plateada, abrigo largo de seis botones, zapatos de cuero pulido y una laptop último modelo que contrastaba con los 228 años de historia de la sede de la Academia Francesa.
Esperaba que una comisión de enlace le hiciera pasar al Salón de los Inmortales. El 25 de noviembre de 2021 había sido designado para ocupar el sillón 18 de la Academia, el parnaso vivo que los franceses cuidan más que la torre Eiffel.
La de hoy fue una velada privada. La investidura pública, de traje verde con laureles bordados y espada napoleónica, ocurrirá el jueves 9 de febrero.Aguardó casi año y cuarto para poder cruzar el umbral de ese edificio que en su fachada luce doce columnas, un portón gigante, un equilátero en el ático y una cúpula color pizarra que se eleva hacia la eternidad; hacer el tour correspondiente, escuchar de las grandezas del cardenal Richelieu, organizador de las sublimes tertulias que en 1635 se afanaban en darle cuerpo, norma y perennidad al idioma francés.
Los 40 miembros de la Academia eran ahora 37, puesto que tres sillones están vacantes. Los beneméritos conserjes de la lengua gala, protectores de todas sus virtudes, se pusieron de pie.
«Monsieur, la próxima vez que la Academia se levante al unísono ante usted, será el día que se muera»,
Le advirtió la secretaria perpetua Hélène Carrère d’Encausse. Don Mario, entonces, comenzó a leer su discurso de admisión (un elogio a su antecesor en el sillón, el filósofo Michel Serres, fallecido en 2019). Daniel Rondeau, histórico del periodismo de combate desde que en 1982 fue fichado por el diario Libèration para que se ocupara de las páginas de Arte, y proponente de su ingreso, pronunció el discurso de réplica.
Ninguna de las dos piezas oratorias ha sido difundida. Según el protocolo, el último peldaño del examen de admisión, es la respuesta (reflexión) a una palabra escogida al azar contenida en el Diccionario de la Academia, el cual consta, según su más actual edición, de 55.000 vocablos.
El chairman de la sesión hundió dos uñas en el antepenúltimo resquicio alfabético del tomo a la mano y eligió la palabra Xérès, ubicada entre Xérasie y Xérophagie, una falencia del cuero cabelludo y el nombre que aplica para denominar la abstinencia de los primeros cristianos durante la cuaresma, respectivamente.
Dos recopilaciones que celebran el ingreso de Vargas Llosa a la Academia Francesa. No pudo ser más bombita la interpelación. Más fácil que la investigación sobre el héroe perverso Roger Casement, protagonista de su novela «El sueño del celta». Más festiva que su charada «Pantaleón y las visitadoras». Más acorde con su prolongado hábitat en España.
Se explayó…Jerez de la Frontera, a 615,7 km de Madrid, en la punta sur de la península que da al Atlántico, la conocen hasta los escolares y mucho más los asiduos que descartan al Amontillado y al Fino.
Los académicos quedaron complacidos con la improvisada exposición, y con ganas de turistear el próximo verano. El vino de Jerez que achispa al primer decilitro, las mujeres de Jerez, bochincheras y hablantinosas, a poco trecho de un océano turbulento que quiere entrar a como dé lugar al Mediterráneo, rasgos de la ciudad andaluza que seguramente habrá visitado muchas veces, podría ser otra pieza de colección.
A las 4:30 de la tarde salió Mario Vargas Llosa de la clepsidra cuatricentenaria. Y cuenta además su hijo Álvaro que le dijo en el portón: «Acompáñame a comer un plato de lentejas».
Víctor Suárez, periodista venezolano. Reside en Madrid, España