Es columnista de Opinión.
El éxito inicial del presidente Joe Biden para lograr que los estadounidenses se vacunaran, para repartir cheques de estímulo y, en general, para reclamar la superficie de la vida estadounidense, ha sido una bendición para Estados Unidos. Sin embargo, también ha provocado que muchas personas piensen que la Gran Mentira de Donald Trump respecto de una elección robada, la cual provocó la insurrección del 6 de enero en el Capitolio, ya habrá desaparecido y todo habrá regresado a la normalidad. No es así.
No estamos bien. La democracia de Estados Unidos sigue en verdadero peligro. De hecho, estamos cerca de una guerra civil política, más que en cualquier otra época de nuestra historia moderna. La aparente calma política de la actualidad en realidad se encuentra sobre un fondo falso que corremos el riesgo de atravesar en cualquier momento.
Porque, en vez de que la Gran Mentira de Trump se esté desvaneciendo, está ocurriendo todo lo contrario… primero lento y ahora rápido.
Bajo el mando y control de Trump desde Mar-a-Lago, y con la complicidad de los líderes de su partido, esa Gran Mentira —que la elección más grande de nuestra historia, cuando votaron más republicanos y demócratas que nunca, en medio de una pandemia, tuvo que haber sido amañada porque Trump perdió— ha hecho metástasis. Una sólida mayoría de los republicanos electos y miembros de a pie del partido la ha recibido con los brazos abiertos, a nivel local, estatal y nacional.
“Negar la legitimidad de nuestras últimas elecciones se está volviendo un prerrequisito para ser electo como republicano en 2022”, observó Gautam Mukunda, presentador del pódcast World Reimagined de Nasdaq y autor del libro Indispensable: When Leaders Really Mattered.
“Esto está creando un filtro que con el tiempo bloqueará a cualquiera que esté dispuesto a decir la verdad sobre las elecciones”. Nos dejará con “un Partido Republicano en el que no puedes ascender sin declarar que el sol se pone en el este, un Partido Republicano en el que estar dispuesto a robar una elección es literalmente un requisito laboral”.
No es una exageración. Esto le dijo a The Hill el representante Anthony Gonzalez, uno de los pocos republicanos que votaron por hacerle un juicio político a Trump, sobre la campaña al interior del partido para quitar a la representante Liz Cheney de su posición de liderazgo en la Cámara de Representantes por el Partido Republicano, porque se negó a seguir la corriente de la Gran Mentira:
“Si un prerrequisito para encabezar nuestra convención es seguirles mintiendo a nuestros votantes, entonces Liz no es la mejor opción. Liz no le mentirá a la gente… Ella defenderá sus principios”.
Analicemos esto un segundo. Para ser un líder del Partido Republicano de la actualidad tienes que hacerte el tonto o ser tonto en el tema central que enfrenta nuestra república: la integridad de nuestras elecciones. Debes aceptar todo lo que ha dicho Trump sobre las elecciones —sin una pizca de evidencia— e ignorar todo lo que dijeron su fiscal general, director del FBI y director de seguridad electoral —con base en la evidencia— en torno a que no hubo ningún fraude real.
Una dinámica como esa, ¿qué tipo de partido deforme producirá? Un partido tan dispuesto a ser marinado en una mentira tan descarada mentirá sobre lo que sea, como quién ganará las próximas elecciones y todas las que le siguen.
Simplemente no hay nada más peligroso para una democracia bipartidista que uno de los dos declare que ninguna de las elecciones que pierda es legítima y, por lo tanto, si la pierde, solo mentirá sobre los resultados y cambiará las reglas.
Precisamente eso está ocurriendo ahora. Y mientras más legisladores republicanos se sumen a la Gran Mentira de Trump, más licencia tendrá el partido a nivel estatal para promover leyes de supresión del voto que le aseguren no volver a perder.
Kimberly Wehle, profesora de la Escuela de Derecho de la Universidad de Baltimore y autora del libro How to Read the Constitution — and Why, escribió el 3 de mayo de The Hill que “durante este año, hasta finales de marzo, los legisladores estatales han presentado 361 proyectos de ley con limitaciones al voto en 47 estados, un aumento del 43 por ciento en comparación con los presentados hasta finales del mes anterior”.
“Las medidas incluyen cosas como un mayor poder para los ‘monitores’ de las encuestas, menos buzones para votar, restricciones a los votos por correo, multas para los funcionarios electorales que no purguen a los votantes del padrón electoral y un mayor poder para los políticos sobre los procedimientos electorales”.
Aunque la gente del Partido Republicano que apoya estos proyectos de ley insiste en que están relacionados con la integridad y seguridad de las elecciones, agregó Wehle, “la falta de evidencia real de un fraude y el mal manejo del sistema electoral estadounidense contradicen por completo esas aseveraciones cínicas”.
Esto es el equivalente a encender la mecha de una bomba plantada debajo de los cimientos de nuestra democracia.
Imagina si se aprueban todas o muchas de estas medidas, y en 2022 y 2024 los republicanos logran retomar la Cámara, el Senado y la Casa Blanca con, digamos, solo el 42 por ciento del voto popular, estableciendo efectivamente el gobierno de la minoría. ¿Sabes lo que pasará? Déjame decirte lo que pasará. Los electores demócratas privados de sus votos no se quedarán de brazos cruzados. Pueden negarse a pagar sus impuestos. Muchos saldrán a las calles. Algunos podrían volverse violentos y todo nuestro sistema político podría paralizarse y empezar a desmoronarse.
Los republicanos de la Cámara de Representantes votaron el 12 de mayo para expulsar a la representante Liz Cheney de Wyoming de sus filas de liderazgo por su negativa a guardar silencio sobre las mentiras electorales del presidente Donald J. Trump.
- Reacción al voto de destitución: En enero, Cheney emitió una dura declaración anunciando que votaría para acusar a Trump. En la declaración, que provocó una fisura en su partido, dijo que «nunca hubo una traición más grande por parte de un presidente de los Estados Unidos» que la incitación de Trump a una turba que atacó el Capitolio el 6 de enero. entre los 10 republicanos que votaron para acusarlo. Un grupo de los aliados más estridentes de Trump en la Cámara le pidió que renunciara a su puesto de liderazgo.
- Desafío de liderazgo: En febrero, la Sra. Cheney rechazó un desafío para despojarla de su posición de liderazgo en una votación secreta. Incluso cuando la mayoría de los republicanos de la Cámara de Representantes se oponían a acusar a Trump, la mayoría no estaba preparada para castigar a uno de sus principales líderes por hacerlo, al menos no bajo un manto de anonimato.
- Censura: La Sra. Cheney también enfrentó la oposición del Partido Republicano de Wyoming, que la censuró y exigió que renunciara. La Sra. Cheney rechazó esas llamadas e instó a los republicanos a ser «el partido de la verdad».
- Nuevo desafío: la Sra. Cheney continuó con su tajante condena al Sr. Trump y el papel de su partido en la difusión de las falsas afirmaciones electorales que inspiraron el ataque del 6 de enero, lo que provocó un nuevo impulso para expulsarla de su papel de liderazgo. Esta vez, el esfuerzo fue respaldado por el representante Kevin McCarthy, el líder de la minoría.
- Remoción: La Sra. Cheney enmarcó su expulsión como un punto de inflexión para su partido y declaró en un discurso extraordinario que no se quedaría sentada en silencio mientras los republicanos abandonaban el estado de derecho. Ella abrazó su caída y se ofreció a sí misma como un cuento con moraleja en lo que está retratando como una batalla por el alma del Partido Republicano. La destitución se produjo por votación de voz durante una breve pero estridente reunión a puerta cerrada en un auditorio en Capitol Hill.
- Impacto y análisis: lo que comenzó como una batalla por el futuro del partido después del violento final de la presidencia de Trump se ha convertido en un enfrentamiento unilateral del Equipo Trump contra críticos como Cheney, descendiente de una famosa familia republicana. El episodio, un derribo notable que reflejó la intolerancia del partido por la disidencia y la lealtad inquebrantable hacia el ex presidente, ha llamado la atención sobre las divisiones internas del partido entre las facciones más convencionales y conservadoras sobre cómo recuperar la Cámara en 2022.
- Sucesor: El 14 de mayo, los republicanos de la Cámara de Representantes eligieron a la Representante Elise Stefanik de Nueva York, una defensora vocal de Trump, como su líder número 3. La Sra. Stefanik se comprometió a mantener un enfoque «en la unidad» como presidenta de la conferencia, pero también ha recibido críticas de algunos republicanos de extrema derecha que han cuestionado su buena fe conservadora.
Sin embargo, este es precisamente el camino que está pavimentando el Partido Republicano.
En lo personal, tengo mis reservas hacia dónde está llevando a Biden la izquierda del Partido Demócrata en algunos asuntos económicos, migratorios, educativos y de política exterior. No obstante, Biden y su partido están proponiendo ideas reales para solventar los desafíos reales que un Estados Unidos cada vez más diverso del siglo XXI necesita solucionar para volverse una unión más perfecta. La mejor herramienta para mantener al Partido Demócrata más cerca de la centroizquierda en una mayor cantidad de temas es un Partido Republicano sano que se apegue a la centroderecha.
No tenemos eso. En cambio, tenemos un Partido Republicano que intenta aferrarse al poder haciendo uso de una Gran Mentira para intervenir en leyes que buscan suprimir el voto a fin de influir en el regreso del partido al poder apelando únicamente a un Estados Unidos mayoritariamente blanco del siglo XX. El Partido Republicano de Trump no está haciendo ningún esfuerzo para ofrecer alternativas conservadoras a los problemas actuales. Su único objetivo es enfocarse en cómo ganar sin hacerlo.
Por eso, a cada uno de los estadounidenses le corresponde apoyar de la manera que pueda a los pocos legisladores republicanos con principios que luchen contra esta tendencia desde el interior del partido: como Liz Cheney, el representante Adam Kinzinger y el senador Mitt Romney.
De la cobertura que realicé en torno a la lucha por el futuro del mundo árabe-musulmán posterior al 11 de septiembre, comprendí que la guerra de ideas al interior lo es todo. Claro está, es importante que la gente del exterior condene las malas conductas, pero sus voces tienen un impacto limitado. El cambio verdadero ocurre solo cuando desde adentro se gana la guerra de ideas, con un trabajo desde las bases hacia arriba.
CNN citó una declaración de Cheney cuando, en un retiro para American Enterprise Institute en Sea Island, Georgia, les dijo el 3 de mayo a donadores y académicos republicanos: “No podemos aceptar la noción de que las elecciones han sido robadas. Es un veneno en el torrente sanguíneo de nuestra democracia… No podemos encubrir lo ocurrido el 6 de enero ni perpetuar la Gran Mentira de Trump. Es una amenaza para nuestra democracia. Lo que hizo el 6 de enero es una línea que no se debe cruzar”. Se debe “defender una transferencia pacífica de poder”.
No pudo tener más razón. Y sin una guerra de ideas al interior del partido, una que ganen los republicanos con principios, en Estados Unidos corremos el riesgo verdadero de tener una guerra civil política durante las siguientes elecciones.
Las cosas no están bien.
Si no hay más republicanos con principios que defiendan la verdad sobre nuestras últimas elecciones, veremos exactamente cómo muere una democracia.