La fallida gestión de hospitales y morgues en Ecuador convierte en un viacrucis la despedida de los fallecidos en medio de la pandemia
“Al principio no la reconocí porque le habían dejado hasta la mascarilla de oxígeno, pero era mi madrecita. Saqué el teléfono y le tomé una foto”. Incrédulo aún de lo que tuvo que pasar para poder cremar a su madre, víctima de coronavirus, y estar seguro de que las cenizas entregadas eran las de ella, Víctor Hugo Rosado, guayaquileño de 46 años, es uno de los que ha sobrevivido a otra epidemia, la de descontrol y fallos que ha acompañado a la pandemia en Ecuador. El invasor invisible llegó al país latinoamericano el día de San Valentín en el cuerpo de una migrante que vivía en Madrid y que decidió volver a casa. A los 15 días fue oficialmente declarada como la primera paciente con Covid-19 y el 13 de marzo la primera víctima. Desde entonces, el miedo, la desconfianza, el agobio, los resbalones de gestión y la necesidad económica lo han protagonizado todo en un Estado con 17,5 millones de habitantes que es el segundo de la región en número de muertos y el tercero en contagios.
“No entiendo aún qué querían hacer con ella. No me cuadra nada. Ella llevaba el típico brazalete de hospital cuando estuvo ingresada, pero esa pulserita nunca apareció. Tampoco estaba el papel con su nombre. ¡Hasta habían cambiado la funda negra que envolvía su cuerpo!”. La indignación tiene contenido el duelo de Victor Hugo, que ahora vive solo y se siente “encerrado” en las cuatro paredes que hasta el viernes 27 de marzo eran su hogar y el de su madre, Juana Susana Cruz. Cuando se le pregunta por la edad de ella, aún dice que “tiene 68 años”. Es una de las 318 personas que, oficial y oficiosamente, han muerto en Ecuador por coronavirus. Las autoridades de Salud, ante la imposibilidad de hacerle pruebas a todos los sospechosos por falta de manos y de recursos, solo toma muestras de quienes tienen síntomas claros y avanzados. Por eso, hay más casos contagiados que descartados y, de hecho, sale positivo en más de la mitad de los exámenes que ya tiene resultado.
“El hombre que llevaba la lista de los cuerpos que ya habían sido retirados me decía que mi mamá no había salido. Pero nadie sabía dónde estaba. Entré con él a buscarla a una bodega con 18 cuerpos y abrimos las fundas una por una. Solo llevaba guantes y una mascarilla. No estaba. Luego fuimos a otra sala, con 25 muertos más y otros seis haciendo fila para entrar. No la veía. Estaba tapada por otro cadáver bien grande y le habían cambiado el nombre. Había un cartel con el de otra señora”, recuerda espantado Victor Hugo sobre su periplo por la morgue del Hospital de Guayaquil, público, en el que su madre entró con cierta insuficiencia respiratoria “pero caminando y pidiendo yogur” el jueves pasado y del que ya no salió hasta que sus familiares la localizaron entre los demás cadáveres acumulados.
Guayaquil, la segunda ciudad más importante de Ecuador tras la capital, Quito, lleva días espantada al leer y ver las noticias sobre cadáveres esperando a ser retirados en las calles y en las casas. Los ciudadanos no salen de sus viviendas porque, salvo un porcentaje de indisciplinados más alto de lo aceptable, según el Ejecutivo, cumplen un toque de queda que rige desde las dos de la tarde para reducir el ritmo de contagios que ya suma 3.465 personas. Los servicios exequiales y la autoridad sanitaria, impotentes al inicio para recolectar a tiempo decenas y decenas de cuerpos, recibieron el refuerzo de los militares, la policía y agentes de tránsito. El problema, una vez retirados los cadáveres de las calles, ha sido almacenarlos antes de que sean sepultados.
“Había como 200 muertos en el contenedor y mi papá no estaba ahí, pisé cuerpos y sangre”. Esta vez no es Víctor Hugo Rosado quien habla ni se refiere a la morgue del hospital Guayaquil. Es Guillermo Enríquez, que perdió a su padre el martes y tuvo que meterse a un contenedor a las afueras del hospital de Ceibos, también público, donde se apilaban cadáveres a buscar sus restos. “Abrí varias fundas con nombres de hombres en los que había cuerpos de mujeres”, explica al diario local Expreso. Willy Maldonado le contó a El Comercio una historia semejante. Lleva nueves días sin encontrar a su madre. “¿Dónde está el trato digno que dice el Gobierno?”, se queja.
En televisión, hay más testimonios acompañados por vídeos y fotografías, no desmentidos por el Gobierno, donde las siluetas de personas sin vida hacen comprender a la audiencia que se trata de cadáveres envueltos en plásticos negros tirados en el suelo en salas, en pasillos o en los exteriores de un hospital. El director de la Fuerza de Tarea, Jorge Wated, designado cuando proliferaron las quejas por los cuerpos que aturdían a los vecindarios, dijo que se iba a dar una sepultura individualizada y digna a los ecuatorianos vencidos por la Covid-19. Que no se iba a hacer una fosa común, como se había planteado inicialmente. Y que el lunes, todos los que hayan perdido a un ser querido podrán consultar en una lista donde fue sepultado. El problema, denuncian los afectados, es que no todos los deudos de los fallecidos saben si realmente están enterrando a su pariente o al de otra familia.