A veintisiete pasos del “Palacio de los Cóndores”, desde donde despacha Manuel, a quien le confié mi voto para que hiciera del Zulia “un jardín de Rosales”.
A cuarenta y tres pasos de la Alcaldía de esta tierra “muy noble y leal”, como la define su Escudo de Armas, que se ufana – así lo pregona a los cuatro vientos una gaita- “de contar con el calor y la gente de más alta calidad”.
Y lo que es más grave: a un Gloria Patri de la Catedral de Maracaibo, o sea en el poco tiempo que se invierte para darle “Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén”.
Entre esas coordenadas, agoniza una de las casas que fueron sentenciadas a desaparecer cuando Rafael Caldera firmó el decreto para la “Remodelación del Barrio El Saladillo”, el 20 de marzo de 1970.
El estado venezolano canceló el costo de esos inmuebles a sus propietarios, por lo cual pasaron a ser patrimonio de todos los zulianos.
Sin embargo, a pleno sol, a más de medio siglo de proclamada su demolición permanecen como monumentos a nuestra indolencia, apuntalados por la desidia de nuestros gobernantes, convertidos en aliviadero de los esfínteres de borrachines y gente de mal vivir.
Como católico asumo parte del “mea culpa” por tolerar semejante ofensa a nuestro regionalismo y como penitencia evitaré transitar por el frente de estos escombros que, a través de las cuencas vacías de sus ventanas nos lanzan miradas de reproche. Sus paredes están hechas de “piedras de ojos”.