En la boyante industria que intensifica nuestra era de irrealidad hay empresas clandestinas que difunden falsedades y agentes a sueldo que interfieren en procesos electorales.
En mayo, varios influentes de redes sociales franceses y alemanes recibieron una extraña propuesta.Una agencia de relaciones públicas con sede en Londres quería pagarles para promover mensajes en nombre de un cliente. Un documento pulcro de tres páginas detallaba qué decir y en cuáles plataformas decirlo.
Sin embargo, a los influensers no se les pidió que promovieran productos de belleza ni paquetes de vacaciones, como suele ocurrir, sino falsedades para hablar mal de la vacuna de Pfizer-BioNTech contra la COVID-19. Todavía más raro fue que la agencia, Fazze, dijo tener una dirección en Londres donde no hay ninguna evidencia de que haya existido alguna empresa de ese tipo.
Algunos de los destinatarios publicaron capturas de pantalla de la oferta. Al verse expuesta, Fazze limpió sus cuentas de redes sociales. Esa misma semana, algunos influensers brasileños e indios publicaron videos para sus audiencias de cientos de miles de personas en los que hacían eco de las palabras de Fazze.
La estrategia parece ser parte de una industria hermética cuya escala, según analistas y autoridades estadounidenses, está en auge: la desinformación a sueldo.Hay firmas privadas, las cuales abarcan la mercadotecnia tradicional y el mundo desconocido de las operaciones de influencia geopolítica, que están vendiendo servicios que alguna vez realizaban principalmente las agencias de inteligencia.
Propagan discordia, interfieren en elecciones, siembran falsas narrativas y promueven conspiraciones virales, mayormente en redes sociales. Además, les ofrecen algo valioso a sus clientes: la capacidad de negar su participación.
“Algunos gobiernos o actores cercanos a gobiernos están contratando cada vez más agentes para desinformar y es una situación grave”, opinó Graham Brookie, director del Laboratorio de Investigación Forense Digital del Consejo Atlántico, quien la describió como “una industria en auge”.
Hace poco se encontraron campañas similares para promover al partido en el poder de India, los objetivos de política exterior de Egipto, así como figuras políticas de Bolivia y Venezuela.
La organización de Brookie rastreó una que operaba en medio de una campaña para la alcaldía en Serra, una pequeña ciudad de Brasil. Una firma ucraniana ideológicamente promiscua impulsó a varios partidos políticos en disputa.
En la República Centroafricana, dos operaciones distintas inundaron las redes sociales con desinformación profrancesa y prorrusa que se enfrentaban entre sí. Ambas potencias están compitiendo para influir en el país.
En Irak, una ola de publicaciones antiestadounidenses, en apariencia generadas de manera orgánica, fue rastreada hasta una empresa de relaciones públicas que tenía otra acusación de falsificar sentimientos en contra del gobierno de Israel.
La mayoría del rastreo conduce a firmas clandestinas cuyos servicios legítimos se parecen a los de un promotor de ofertas o al de envío de correos basura.
Las vacantes de trabajo y los perfiles en LinkedIn asociados con Fazze la describen como filial de una empresa con sede en Moscú llamada Adnow. Algunos dominios web de Fazze están registrados como propiedad de Adnow, según lo informaron primero los medios alemanes Netzpolitik y ARD Kontraste. Las reseñas de terceros retratan a Adnow como un proveedor de servicios de publicidad en apuros.
Las autoridades europeas aseguran que están investigando a quien haya contratado a Adnow. Algunos dominios web propiedad de Fazze con temas anti-Pfizer se parecen a los materiales promocionales para la vacuna Sputnik V de Rusia.
Aunque solo es eficaz en ocasiones, la desinformación por comisión se está volviendo más sofisticada a medida que sus practicantes la repiten y aprenden. Según los expertos, cada vez es más común en todo el mundo, al grado de superar las operaciones que realizan directamente los gobiernos.
El resultado es un aumento acelerado de conspiraciones polarizadoras, grupos ciudadanos falsos y sentimientos públicos inventados, que deterioran nuestra realidad compartida incluso más allá de los puntos más bajos de años recientes.
Una frontera abierta
La tendencia surgió después del escándalo de Cambridge Analytica en 2018, según los expertos. Se supo que Cambridge, una consultora política vinculada con la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump, había cosechado datos de millones de usuarios de Facebook.
La controversia centró la atención en métodos comunes entre los especialistas en mercadotecnia en redes sociales. Cambridge usó sus datos para llegar a audiencias hiperespecíficas con mensajes hechos a la medida. Ponía a prueba qué funcionaba monitoreando los me gusta y la cantidad de veces que se compartían los mensajes.
El episodio le enseñó a una generación de asesores y oportunistas que había mucho dinero en la mercadotecnia de causas políticas en redes sociales, todo disfrazado de actividad orgánica.
Con el tiempo, algunos principiantes llegaron a la misma conclusión que los operativos rusos en 2016: la desinformación funciona especialmente bien en plataformas sociales.
Al mismo tiempo, dio la impresión de que la reacción negativa frente al tráfico de influencias de Rusia provocó que los gobiernos fueran cautelosos para no ser atrapados, pero al mismo tiempo demostró el poder de ese tipo de operaciones.
“Por desgracia, hay una inmensa demanda del mercado por desinformación y hay muchos lugares del ecosistema que están más que dispuestos a satisfacer esa demanda”, comentó Brookie.
El año pasado, hubo firmas comerciales a las que se les contrató para producir desinformación en al menos 48 países, casi el doble en comparación con el año anterior, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Oxford. Los investigadores identificaron 65 empresas que ofrecían esos servicios.
El verano pasado, Facebook eliminó una red de grupos ciudadanos bolivianos y organizaciones periodísticas de verificación de datos. Dijo que las páginas, que habían promovido falsedades en apoyo del gobierno de derecha del país, eran falsas.
Los investigadores de la Universidad de Stanford rastrearon el contenido hasta CLS Strategies, una empresa de comunicación con sede en Washington que se había registrado como consultora del gobierno boliviano. La empresa había realizado trabajos similares en Venezuela y México.
Un portavoz se refirió a la declaración de la empresa el año pasado en la que se decía que su jefe regional estaba de licencia, pero refutó la acusación de Facebook de que el trabajo se calificaba de injerencia extranjera.
Deterioro de la realidad
Las nuevas tecnologías permiten que casi cualquiera participe en el negocio. Hay programas que generan lotes de cuentas falsas con fotografías de perfil difíciles de rastrear. Las métricas instantáneas ayudan a perfeccionar mensajes eficaces, al igual que el acceso a los datos personales de los usuarios, los cuales se compran con facilidad al por mayor.
Las campañas casi nunca son tan sofisticadas como las que realizan los hackers de los gobiernos o las firmas especializadas como la Agencia de Investigación de Internet, la cual tiene el respaldo del Kremlin.
Sin embargo, parecieran ser baratas. En países que exigen una transparencia de las finanzas de las campañas, las firmas reportan decenas de miles de dólares para campañas que también incluyen servicios tradicionales de consultoría.
La capa de negación permite que los gobiernos siembren desinformación —en casa y el extranjero— de una forma más agresiva que de otro modo no valdría la pena el riesgo. Cuando han sido descubiertos, algunos contratistas han asegurado que actuaron sin el conocimiento de su cliente o tan solo para ganar más clientes en el futuro.
Las plataformas han acelerado el paso de sus esfuerzos para erradicar la desinformación coordinada. Los analistas le dan un crédito especial a Facebook, empresa que publica informes detallados sobre las campañas que interrumpe.
No obstante, hay quienes arguyen que las empresas de redes sociales también empeoran la amenaza. Según una investigación sobre el tema, los algoritmos y los elementos de diseño que fomentan la participación de los usuarios a menudo privilegian el contenido divisorio y conspirativo.
Las normas políticas también han cambiado. Una generación de líderes populistas, como Rodrigo Duterte en Filipinas, ha llegado al poder en parte gracias a la manipulación de las redes sociales. Una vez en el poder, muchos institucionalizan esos métodos como herramientas de gobierno y relaciones exteriores.
En India, decenas de cuentas de Twitter que dirige el gobierno han compartido publicaciones de India Vs Disinformation, un sitio web y una serie de cuentas en redes sociales que fingen hacer verificaciones de datos de noticias en India.
En realidad, India Vs Disinformation es el producto de una firma de comunicaciones canadiense llamada Press Monitor.
Casi todas las publicaciones buscan desacreditar o ensuciar los reportajes desfavorables sobre el gobierno del primer ministro Narendra Modi, entre ellos el grave daño de la COVID-19 en el país. Un sitio asociado promueve las narrativas pro-Modi disfrazadas de artículos noticiosos.
Un informe del Laboratorio de Investigación Forense Digital sobre una investigación de la red la llamó “un importante estudio de caso” del aumento de las “campañas de desinformación en las democracias”.
Un representante de Press Monitor, que solo se identificó como Abhay, calificó el informe de completamente falso.
Solo especificó que identificaba incorrectamente a su empresa como basada en Canadá. Cuando se le preguntó por qué la empresa tiene una dirección en Toronto, un registro fiscal canadiense y se identifica como “parte del próspero ecosistema tecnológico de Toronto”, o por qué se le había localizado en un número de teléfono de Toronto, dijo que tenía negocios en muchos países. No respondió a un correo electrónico en el que se le pedían aclaraciones.
Un perfil de LinkedIn de Abhay Aggarwal lo identifica como director ejecutivo de Press Monitor, con sede en Toronto, y dice que los servicios de la empresa son utilizados por el gobierno indio.
‘Spamuflaje’
Un conjunto de operaciones a favor de Pekín deja vislumbrar la capacidad de evolución rápida del sector.
Desde 2019, Graphika, una empresa de investigación digital, ha rastreado una red a la que apodó “Spamouflage” por su temprana dependencia de inundar las plataformas sociales de spam con contenido que se hace eco de la línea de Pekín en cuestiones geopolíticas. La mayoría de las publicaciones recibieron poca o ninguna interacción.
Sin embargo, en los últimos meses la red ha desarrollado cientos de cuentas con elaborados personajes. Cada una tiene su propio perfil e historial de publicaciones que pueden parecer auténticas. Aparentan proceder de muchos países y ámbitos de la vida.
Graphika rastreó las cuentas hasta una granja de contenidos de Bangladesh que las creó en masa y probablemente las vendió a un tercero.
La red impulsa una crítica violenta contra los activistas democráticos de Hong Kong y a la política exterior estadounidense. Al coordinarse sin parecerlo, creó una apariencia de cambios orgánicos en la opinión pública, y a menudo ganó atención.
Las cuentas fueron amplificadas por una importante red de medios de comunicación de Panamá, destacados políticos de Pakistán y Chile, páginas de YouTube en chino, el comentarista británico de izquierda George Galloway y varias cuentas diplomáticas chinas.
Otra red pro-Pekín, descubierta por un medio de investigación taiwanés llamado The Reporter, operaba cientos de sitios web y cuentas de redes sociales en idiomas de China.
Disfrazados de sitios de noticias y grupos ciudadanos, promovían la reunificación de Taiwán con China continental y hablaban mal de los manifestantes de Hong Kong. El informe descubrió vínculos entre las páginas y una empresa emergente con sede en Malasia que ofrecía a los usuarios de la web dólares de Singapur para promover el contenido.
Sin embargo, los gobiernos podrían descubrir que contratar a terceros para que realicen ese tipo de trabajo sombrío también acarrea riesgos, según Brookie. Por un lado, las firmas son más difíciles de controlar y podrían desviarse hacia tácticas o mensajes no deseados.
Por otro, es igual de probable que las firmas que están organizadas alrededor del engaño perfectamente encausen esas energías en contra de sus clientes, al inflar los presupuestos y cobrar por trabajos que nunca realizan.
“En resumidas cuentas, los estafadores estafarán en línea”, dijo Brookie.