viernes, septiembre 20, 2024
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El último viaje de Popeye, Juan José Peralta

Réquiem por Popeye.

Alfredo Alvarez

Orgullosamente pertenezco a una raza de hombres que sin extravíos ni mayores dilaciones descubrió su razón de ser en el periodismo. Somos una tribu insólita que supera cualquier tipo de obstáculo y contrariedad. Tenemos una pésima relación con el poder establecido y estamos muy orgullosos de ese estatus. Estamos hermanados por la misma causa, nos arrojamos a la vida con la determinación que nos alerta la hora de cierre, la seducción de un tubazo, o la sensual caricia de una entrevista exclusiva. Como una solvente definición existencial, nos basta con saber que somos unos seres destinados a ser los escrutadores de lo cotidiano, terriblemente complejos y volátiles. Somos periodistas,

Los reporteros de calle, como también nos gusta llamarnos, somos estructuralmente trasgresores, terriblemente sensibles y potencialmente desesperados. Actuamos acicateados por el impulso de nuestro talento y por la angustia irrefrenable que deriva de esa pulsión infinita por el saber, así como por el indeclinable deber que implica compartir con nuestros congéneres, todo lo que descubrimos y todo lo que sabemos. Somos como unos extraños albañiles ilustrados que, sin enfado alguno, y una insólita prisa, construimos los espacios de lo público y lo ciudadano. Somos por naturaleza seres libertarios, una extraña avis, en los tiempos que corren.

Nos han llamado los perros guardianes de la democracia, y qué duda cabe, somos honrosamente los cancerberos de este perfectible modo de vida, hoy terriblemente erosionado por los afanes totalitarios de un populismo tóxico y pueril, que es conducido por los torvos enemigos de la libertad. Los periodistas convivimos extasiados en los límites de este alucinante oficio. Un extraño hibrido entre la literatura, la historia, las ciencias, la música, el arte, el deporte, la premonición, la buena mesa y la mejor bebida. Esa mística militancia también genera unos explosivos lazos de afecto entre sus correligionarios, caracterizados por su intensidad y por su profusión. Esa desigual batalla contra el poder nos exige ser solidarios hasta más allá del suicidio. Y lo somos.

Alguien sentenció con oportuna propiedad que los cínicos no sirven para este oficio. No es fácil ni sencillo ser un buen periodista, pero cuando te entregas al vértigo de su liturgia, no podrás nunca más, escapar al poder de toda su seducción. Creo honestamente que Juan José Peralta, alias El Popeye era todas esas cosas, y muchas más, que no logro enumerar en estas líneas, las que ahora escribo, muy exigido por el doloroso acoso que nos inflige su súbita partida. Popeye, como afectuosamente le llamamos desde siempre, era un singular hombre que resultó seducido por las maravillas ocultas de este oficio. Y créanme por favor, que cuando digo singular, abuso deliberadamente de toda la connotación posible de esta palabra.

Popeye era singular. Lo era hasta para pelearse con él, y luego convenir una tregua más adelante, eso sí, en una tregua afectuosa y cálida. Un receso regado de buen licor y de ser posible de una buena mesa para burlarnos de la tragedia que supone la enemistad. Fue un hombre afable, generoso en la gratitud de su respeto profesional por los otros periodistas, y muy especialmente por los integrantes de la tribu, junto a Oscar, El Fuga, La Musú, El Gordo Ramírez, El Pucho Antillano, y otros que ahora se me escapan y sabrán dispensar mi involuntario olvido. Popeye no tenía amigos, con el bullían sindicatos enteros de incondicionales hermanados por la poesía, la literatura, el buen cocuy, el mejor periodismo, el Tamunangue, la historia, y esa pícara manera de hacer un humor corrosivo y hasta cruel. Los malos cultores del oficio encontraban en el su más feroz detractor, con ellos no tenía piedad, ni daba cuartel. Los piratas o se enmendaban o buscaban otras rutas porque el Popeye les ajustaba las cuentas, y ese trago no era fácil.

Nuestra tribu de amigos-hermanos-periodistas se constituyó a finales de los años de los años 70 una vez egresados de la universidad. Algunos de nosotros, un poco más afortunados, teníamos algún tiempo rondando las redacciones de los periódicos y eso nos imprimía una improvisada solvencia profesional. Para ese momento, Popeye era un duro del oficio y un veterano de las mil guerras. Le conocí en la redacción de El Nacional de Occidente y en ese momento ya lo suyo era una historia llena de afortunados episodios. Ser paisanos ayudo un poco, pero su corazón generoso no se ahorraba espacios para albergar amigos en igual cantidad que sus glóbulos rojos.

En esos años lucía su particular atuendo con un desenfado único e insuperable. Calzaba alpargatas de suela (una vaina muy larense) bluyines intencionalmente descoloridos y un terno azul de elegante casimir, que contrastaba con un elegante sombrero de Pumpá. Sus artículos personales estaban todos contenidos en un carriel de fique, que orgullosamente contrastaba contra los bolsos de piel muy de uso entre los caballeros de la época. Nada lo detenía y nada le impedía lucir con orgullo las raíces muy regionales de su origen. En una fiesta del periódico –en Caracas- se apareció con una Burriquita la cual bailó a placer, para el deleite de todos los presentes. Cada 13 de junio Popeye era el más entusiasta convocante para ver los sones de Negros de nuestro Tamunangue, y el más decidido bailador frente a la iglesia de la Concepción. Allí coincidíamos, él exultante danzante, y yo un animoso observador. Siempre había espacio para una charla muy ilustrativa sobre la efeméride y una ocasión muy oportuna para burlarnos de los impostores. El 27 de junio era imposible no verlo en los actos del CNP.

En el mundo profesional nada le fue ajeno ni extraño. En los diarios El Universal y El Nacional, El impulso y en El Informador brilló con luz propia como redactor de notas impecables. Como secretario de redacción ganó su espacio en el diseño limpio y atractivo de páginas memorables tanto en El Nacional, El Diario de Caracas y posteriormente en el diario El Zuliano de Maracaibo. Fueron igualmente curiosas sus incursiones en la TV. Popeye fue integrante del staff de redactores y productores del Noticiero de VTV (en su mejor momento) y mientras la toma del estudio era amplia y generosa, El Popeye cruzaba el estudio, como si del patio de su casa se tratara. La aparente incorrección la daba un aire de frescura al trabajo de todo el equipo de periodistas y productores que celebraban las ocurrencias del audaz barquisimetano.

Otra de las virtudes del JJ era el culto por la amistad. Por su intermedio conocí a Gustavo García Marquez, hermano del Gabo y posteriormente Cónsul de Colombia en Barquisimeto. Las tenidas en su casa alrededor del periodismo y la literatura fueron eventos memorables, así como las bromas que Popeye gustaba endosarle al señor Cónsul. Gustavo escribía unas maravillosas crónicas de largo aliento, que fueron publicadas en el Diario de Caracas y algunas otras en El Impulso. El Gran Popeye le decía que, a pesar de ser unos buenos textos, Gustavo estaba jodido por ser hermano del Gabo, una figura del periodismo y la literatura que no admitía coros ni sombras en su entorno literario. Las ocurrencias de Popeye eran motivo de estruendosas celebraciones por los concurrentes al ágape. Por Gustavo le llegamos al Gabo y gracias a este datero pudimos dar el Tubazo del premio Nobel para el hijo de Aracataca, estando todos en los maravillosos espacios del Diario El Zuliano.

Estando en Maracaibo Popeye se hizo amigo de un titiritero audaz y muy habilidoso. El muñeco se llama Caraciolo y bailaba con absoluta pericia Vallenatos y cuanta raspa canilla se le pusiera por el medio. Lo acontecido fue, que Caraciolo y el Popeye se convirtieron en una dupla que se aparecía en cuanto arrocito se celebrara en la comarca. La súbita aparición les garantizaba diversión, caña y comida. Ellos con el muñeco de marras estaban facultados para poder libar, comer y enamorar cuanta chica se los permitiera. Los méritos de Caraciolo se fundamentaban en unos furibundos ataques de lujuria, que le permitiría meterle mano y rescabuchear a cuanta pierna femenina estuviera disponible y a su alcance. Los viernes, ya sobre la hora de cierre, eran una fija en la redacción de El Zuliano, Popeye y el Viejo Caraciolo. La joda era delirante.

No conforme con la exitosa travesía por distintos medios de Caracas y el interior del pais Popeye incursionó con éxito en el periodismo Corporativo. Fue Director de Comunicaciones del IMAU de Caracas, donde desarrollo un interesante modelo de comunicación con énfasis en lo educativo y en la conservación del ambiente. Hizo escuela desde la División de Tecnología Educativa del Ministerio de Educación y la radio tampoco le fue esquiva. Su Cronicario nos nutrió con abundancia y generosidad. Un espacio matutino de entrevistas lo mantuvo ocupado por mucho tiempo en los estudios de Telecentro un canal local, hoy muy venido a menos a consecuencia del cerco de censura que el régimen impone en contra de los medios independientes. De ese sitio Popeye Salió peleado mas no disminuido.

Nos dio la muy grata sorpresa de regalarnos una novela con un título premonitorio. Esos muertos Míos ambientada en el velorio de un poeta amigo y en detalle precioso en torno a las conversaciones que suelen servir de escenografía a esa despedida. Yo lamento –igual que el resto de integrantes de la tribu-  que las exigencias de la cuarentena nos hayan impedido hacer de su sepelio un monumental homenaje a la amistad y al cariño. Estoy seguro que no hubiese faltado la música, la alegría y el encanto por nuestras tradiciones. La funeraria Metropolitana y las calles adyacentes hubiesen reventado con tu despedida caro amigo. No tengo la menor duda. Estamos en deuda contigo

Los tuyos dan fe que fuiste mejor padre y un gran amigo. Un irreverente jodedor, un consecuente militante de las luchas gremiales de todos los periodistas, y a riesgo de no equivocarme, yo agrego que fuiste un hombre que debió morir satisfecho de todos sus logros personales y profesionales. Entre nosotros queda la certeza absoluta que nadie te quitará lo bailado. Tu partida nos conmovió hasta más allá del dolor, y yo en lo personal decliné el derecho a dar ese tubazo tempranero. Mi Resumen de Noticias se negó a recoger la primicia de tu partida hasta un día después esperando el desmentido que nunca llego, y eso lo puede confirmar Yayet Peralta de Chirinos tu amada sobrina. Los integrantes de la tribu, guardaremos nuestro silencio ritual. Lo lamentan mucho porque “la cosa” esta vez nos salpicó muy de cerca y confieso que estamos prevenidos.

Chao Pope, saluda de nuestra parte al Poeta Medina, al Negro Machado y a Pablito Antillano.

Te debemos una a ruidosa despedida.

Alfredo Alvarez.

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