Una colaboración entre un ganadero y un programa de formación musical danés realiza regularmente recitales para el ganado.
LUND, Dinamarca — Durante una interpretación reciente del “Pezzo capriccioso” de Chaikovski, un puñado de miembros del público se inclinó hacia delante con interés, con los ojos atentos y algunos resoplidos alentadores que se escapaban desde el silencioso parterre. Aunque eran relativamente novatas en la música clásica, parecían estar en sintonía con los ocho violonchelistas en el escenario, pues levantaban la cabeza bruscamente cuando los lánguidos acordes de la pieza daban paso a ataques rápidos del arco.
Al terminar, entre los fervientes aplausos y los gritos de “bravo”, se escuchó un único mugido de agradecimiento.
El domingo, en Lund, un pueblo situado a unos 80 kilómetros al sur de Copenhague, un grupo selecto de violonchelistas ofreció dos conciertos para unas vacas amantes de la música y sus congéneres humanos. Los recitales, que son el pináculo de una colaboración entre dos ganaderos locales, Mogens y Louise Haugaard, y Jacob Shaw, fundador de la cercana Escuela Escandinava de Violonchelo, tenían el propósito de atraer cierta atención hacia la escuela y los músicos jóvenes que viven ahí pero, a juzgar por la respuesta de los asistentes de dos y cuatro patas, también demostró cuán popular puede ser una iniciativa que acerca la vida cultural a las zonas rurales.
Hasta hace unos años, Shaw, de 32 años y nacido en el Reino Unido, había recorrido el mundo como violonchelista solista, incluso se presentó en recintos consagrados como el Carnegie Hall y la Ópera de Cantón. Cuando se mudó a Stevns (el municipio más grande al que pertenece Lund) y abrió la Escuela Escandinava de Violonchelo, pronto descubrió que sus vecinos, los Haugaard, que crían vacas Hereford, también eran amantes de la música clásica. De hecho, Mogens Haugaard, quien también fue alcalde de Stevns, forma parte del consejo de la Orquesta Filarmónica de Copenhague.
Cuando el violonchelista, que había hecho una gira por Japón, le contó al ganadero cómo se criaban las famosas y mimadas vacas Wagyu para producir carne suave, no le costó trabajo convencer a Mogens Haugaard de adoptar un elemento de su crianza para su propio ganado.
Desde noviembre, un estéreo portátil que toca Mozart y otras piezas de música clásica les da una serenata diaria a las vacas en el establo de Haugaard. Aproximadamente una vez a la semana, Shaw y los estudiantes de la residencia acuden para una presentación en vivo.
Aunque no está claro si los nuevos hábitos musicales de las vacas han influido en la calidad de su carne, el granjero señaló que los animales llegan corriendo cada vez que aparecen los músicos y se acercan lo más posible mientras tocan.
“La música clásica es muy buena para los humanos”, afirmó Mogens Haugaard. “Nos ayuda a relajarnos, y las vacas saben si estamos relajados o no. Es lógico que ellas también se sientan bien con la música”.
No obstante, no siempre es buena para las personas que se dedican a ella. Shaw dice que fundó la Escuela Escandinava de Violonchelo para ayudar a los músicos noveles a enfrentar las exigencias menos glamurosas de una carrera profesional en una industria que a veces acaba con los jóvenes artistas, quienes siempre están en la búsqueda del próximo gran éxito.
En una entrevista, comentó que, mientras realizaba giras internacionales como artista independiente, se sintió agotado por la rutina de negociar contratos, promocionarse y viajar de manera incesante. Esa experiencia, sumada a una temporada como profesor en una prestigiosa academia de música de Barcelona, lo hizo darse cuenta de que había un hueco que necesitaba llenar.
“Seguí encontrándome con jóvenes talentos fantásticos a los que simplemente no les daban las herramientas para salir adelante”, dijo Shaw. Es posible que tengan excelentes maestros para trabajar con ellos en la música en sí, pero lo que faltaba era “un poco de ayuda adicional”, dijo, en áreas como reservar conciertos, prepararse para competencias y manejar las redes sociales.
En su concepto original, la Escuela Escandinava de Violonchelo era una organización itinerante, más parecida a un campamento de entrenamiento ambulante que a una academia, pero en 2018, Shaw y su novia, la violinista Karen Johanne Pedersen, compraron una granja en Stevns y la convirtieron en una sede permanente para la escuela. Sus alumnos, que provienen de todo el mundo y tienen en su mayoría entre 17 y 25 años, se quedan en residencias de corta duración para perfeccionar sus habilidades tanto musicales como profesionales, lo cual incluye cómo lograr un equilibrio entre la vida laboral y personal.
La ubicación ayuda a lograrlo. Situada a menos de 800 metros del mar, la escuela también ofrece a los músicos visitantes la oportunidad de colaborar en un huerto, buscar comida en el bosque cercano, pescar para cenar o simplemente relajarse en una zona alejada de la ciudad.
Ese entorno es parte de lo que le atrajo a Johannes Gray, un violonchelista estadounidense de 23 años, que actualmente vive en París y que ganó el prestigioso Premio Internacional Pablo Casals en 2018. En un principio, Gray visitó la Escuela Escandinava de Violonchelo en 2019, y luego regresó para la primera cohorte de la escuela después de la pandemia, atraído tanto por las oportunidades de desarrollo profesional como por las actividades de entretenimiento.
“Jacob me ha estado dando consejos sobre cómo crear un programa y completarlo para hacerlo más interesante”, señaló Gray. “Pero, además, los dos somos muy aficionados a la comida y nos encanta cocinar, así que después de un largo día de ensayos, podemos salir a pescar o planear un gran festín. No todo es música”.
Así como los músicos se benefician del entorno, esta región primordialmente agrícola se beneficia de la pequeña afluencia de artistas internacionales. La escuela recibe algunos apoyos económicos del gobierno y las empresas locales. A cambio, los músicos visitantes (siete han venido para cursar la residencia actual) actúan en escuelas y centros asistenciales de la región… y tocan para las vacas.
Debido a las restricciones impuestas por el coronavirus, los dos conciertos del domingo se celebraron al aire libre, y la asistencia a cada uno de ellos se limitó a 35 personas (en ambas funciones se agotaron las entradas). Entre los asistentes, que tuvieron la oportunidad de probar hamburguesas preparadas por un chef local con la carne del ganado de los Haugaard, se encontraba la ministra de Cultura de Dinamarca, Joy Mogensen, quien señaló que era el primer concierto en vivo al que asistía en seis meses.
“He sido testigo de mucha creatividad estos últimos meses”, dijo en una entrevista. “Pero no es lo mismo hacerlo digital. Espero que sea una de las lecciones que nos deje el coronavirus, cuánto todos nosotros, incluso las vacas, echamos de menos estar juntos en eventos culturales”.
Las dos especies que acudieron al concierto parecían disfrutarlo. Antes del evento, las vacas estaban dispersas por el campo, comiendo hierba bajo el sol brillante y amamantando a sus terneros recién nacidos, pero cuando los músicos, vestidos de etiqueta, tomaron asiento en el escenario repleto de heno y empezaron a tocar los primeros compases de “Jalousie (Tango tzigane)”, del compositor danés Jacob Gade, las vacas se amontonaron en la valla que las separaba del público humano y se disputaban los lugares.
Después de un programa que incluía un arreglo de “Rapsodia húngara” de Liszt y un bis del “Himno al amor” de Édith Piaf, que complació al público, los músicos quedaron tan encantados con sus oyentes de ganado como con los humanos.
“Es realmente agradable tocar para las vacas”, concluyó Gray. “Lo vimos en los ensayos: de verdad se acercan a ti y tienen sus preferencias. ¿Viste cómo se fueron todas en un momento dado? No son muy fanáticas de Dvorak”.