Qué pasa con nuestros datos luego de nuestra muerte. Ahora, con la llegada de la “resurrección digital” este tema deberá tratarse con mucho más detalle.

Para hacer referencia a la situación la investigadora Lilian Edwards, de la Universidad Newcastle, junto a Edina Harbinja y Marisa McVey, ambas de la Universidad Aston, publicaron un artículo en The Conversation. Donde divulgan los contenidos de su libro ‘Ley Futura – Tecnología, regulación y ética emergentes’ en el que tratan a profundidad los problemas de la legislación sobre la privacidad post mortem –o mejor dicho, sobre la falta de esta–.

Debido a esta situación, propuestas como la posibilidad de “resucitar” a los muertos a través de una personalidad digital se han puesto sobre la mesa. La idea consiste en utilizar los datos de los fallecidos para “reconstruirlos” virtualmente. De esta forma, familiares y amigos podrían chatear e interactuar con el chatbot de turno como si este fuera el difunto..

La resurrección digital podría ser una realidad justo ahora

Empresas como Microsoft patentaron desde el 2017 un chatbot con la funcionalidad de “resurrección digital”. En otras palabras, que puede recaudar los datos de texto (y hasta de voz) de un individuo para recrearlo virtualmente y empezar a personificarlo.

Par de robots de estilo vintage uno frente al otro "conversando".
Vía Shutterstock.

Como si esto fuera poco, toca destacar que Microsoft no es el único haciendo avances en este campo. Otra empresa se inteligencia artificial, conocida como Eternime, también ha creado su propia alternativa de chatbot capaz de resucitar virtualmente a los muertos.

Para este caso, Eternime usa todos los datos de Facebook de los individuos. En estos casos, incluye elementos como la geolocalización, sus movimientos habituales, sus actividades típicas, las fotos compartidas y otros datos que se puedan encontrar en la red social. Al final, con la sumatoria de todo esto, se puede crear un “sustituto digital” que puede seguir activo después del fallecimiento de una persona.

Pero… ¿Quién protege nuestros datos después de nuestra muerte?

¿En la actualidad? Nadie. De allí que surjan tantos problemas a la hora de establecer dónde trazar la línea de lo que se puede hacer y de lo que no. Según recalcan las autoras, en estos momentos no existe realmente ninguna ley que estipule qué se debe o puede hacer con los datos de los difuntos.

De allí que existan variadas interpretaciones y aún no haya consenso en el área. Como un ejemplo de esto las autoras presentan a la Unión Europea, que se ha destacado por sus arduos intentos por proteger la privacidad de sus ciudadanos. Sin embargo, su legislatura no abarca nada relacionado con una situación como la resurrección digital. De hecho, cualquier legislación post mortem queda totalmente en las manos de cada país.

Hasta el momento, solo algunas pocas naciones como Estonia, Francia, Italia y Letonia han decidido legislar sobre la privacidad de los fallecidos. Por otro lado, en general, otros países por fuera de la UE no se han movilizado para crear un marco legal que detalle qué hacer en estos casos.

En el otro lado del espectro, ya que no tenemos una legislatura como tal, las empresas privadas como Google o Facebook han quedado a cargo de determinar qué pasa con la información de los difuntos. En general, la mayoría de estos tienen una política absoluta de “no divulgación” incluso post mortem. Pero, estas soluciones aisladas no se pueden mantener como la norma a largo plazo.

Si la resurrección digital sigue adelante, deberemos crear nuevas leyes

Robot estilo vintage con globo de diálogo y tres puntos suspensivos haciendo referencia a la capacidad de los chatbots de realizar una "resurrección digital" de nuestra personalidad a través de nuestros datos.
Vía Shutterstock.

Para las investigadoras, si la idea de la resurrección digital se va a mantener como una posibilidad –lo que parece ser la tendencia– entonces es necesario que nuestras leyes cambien. En ellas deberá existir la posibilidad de que cada individuo decida sobre qué pasará con sus datos luego de su muerte –tal como lo han empezado a plantear plataformas como Facebook–.

Con esto en mente, las autoras proponen que se trabaje con un nuevo sistema de “excusión voluntaria” como el que el Reino Unido aplica actualmente para la donación de órganos –aún no tiene ninguna legislación sobre privacidad post mortem–. Según este sistema, todas las personas son donadoras de órganos, a menos que en vida estipulen explícitamente lo contrario.

En este caso, se plantearía que todos los individuos serían donadores de datos, a menos que pidieran algo distinto en vida. De esta forma, ya sea que la familia pague por una resurrección digital para tener a su ser querido “de vuelta” de alguna forma o que se usen los datos para alimentar algoritmos e inteligencias artificiales, al menos estaría claro que se hizo con el consentimiento previo del difunto.

Claramente, este campo es muy escabroso y las ideas de este tipo de “resurrecciones” son cuando menos perturbadoras. De allí que Microsoft no se haya planteado sacar a la luz su patente. Pero, la posibilidad de que lo hagan en el futuro no ha desaparecido. Por esto, las autoras comentan que, cuando el momento llegue, las leyes deberán estar listas para hacer frente a la nueva situación.