miércoles, noviembre 20, 2024
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Brasil, la otra frontera

El sexto receptor de venezolanos en América del Sur está bien organizado para la emergencia. Pero la mayoría de los migrantes está de paso, y los cientos de miles que se quedan se diluyen entre 210 millones de habitantes 

118 agencias brasileras e internacionales participan en el dispositivo de ayuda liderado por el ejército de Brasil

Foto: Agência Brasil

“Es Canaima, de Gallegos. La soledad, el desamparo, la desolación. Alcabalas de matraqueo de la GNB, más a medida que te adentras en Bolívar”. 

Lo dice Francisco, un académico venezolano basado hoy en el sur de Brasil. Conoce bien la ruta terrestre, de dos o tres días, más precaria y dolarizada a medida que te acercas al otro lado. Empieza en el Terminal de Oriente, al este de Caracas. Ahí te anotas en las listas de la madrugada y si sales premiado en los sorteos, y consigues pasaje, te cobran veinte dólares hasta Puerto Ordaz, y treinta de ahí a Santa Elena de Uairén. Tal vez te toque pasar una o más noches, en espera de tu viaje, en uno de los hostales que se han multiplicado en torno a los terminales. La travesía puede ser de diez horas con los brazos cruzados y sin espacio para las piernas, porque en buses de cuarenta puestos apretujaron sesenta. 

“Así le sacan los choferes la mayor ganancia a los venezolanos que huyen”, dice Francisco. “O a los que van a la frontera a comprar víveres en reais para venderlos en dólares en Puerto Ordaz”. 

De Santa Elena de Uairén a la frontera se pagan unos diez dólares en un “por puesto”. El chofer se para en las taguaras para comprar gasolina contrabandeada de las estaciones de servicio. Es imposible saber cuánto durará el viaje: depende de las alcabalas, que son implacables con los autobuses. Los guardias bajan a todo el mundo, revisan las maletas y se quedan con lo que les guste. Nadie abre la boca, te pueden detener por contrabando.  

Para ir de Venezuela a Brasil y viceversa se necesitan vacunas, partida de nacimiento, antecedentes penales. Pero sobre todo dinero, porque en el camino una arepa cuesta diez dólares. Hay quien lo hace sin comer y quien usa el sexo como moneda. 

El último contacto con el Estado venezolano es una precaria oficina donde sellan el pasaporte. Si vas a entrar a Brasil por primera vez, ahora te espera otra realidad… cuando llegue tu turno en la cola.

Una imagen del iris

Al cruzar la línea el migrante se topa con la Operação Acolhida, un dispositivo de atención humanitaria (y seguridad) del Ejército de Brasil, que actúa junto con 118 agencias gubernamentales y no gubernamentales. 

María Teresa Belandria, la embajadora designada por la Asamblea Nacional y reconocida por Brasilia, explica que quienes entran con pasaporte pasan a un puesto de la policía donde deben decir si van a otra ciudad de Brasil, o a otro país. Allí les toman huellas. A los menores que solo tienen partida de nacimiento, se los considera refugiados y se les hace un documento de tránsito con foto y huellas de manos y pies.

Los que no tienen pasaporte, o ningún documento, como muchos menores, pasan primero a un puesto de Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), donde se les explica las opciones que tienen en Brasil: refugio o residencia temporal o permanente. La policía federal los identifica y el personal de la Organización Internacional para las Migraciones (también del Sistema Naciones Unidas) los registra con un escaneo del iris.  

“Todos los venezolanos en Brasil están identificados por la Policía Federal”, dice la embajadora Belandria, “y todos pasan por un examen médico y vacunación”.

Los migrantes más vulnerables —con VIH, por ejemplo— reciben una atención especial. Para estas etapas de asistencia se usa el cargamento de ayuda humanitaria que la FANB no dejó entrar a Venezuela el 22 de febrero, donado por la Agencia de los EEUU para el Desarrollo (Usaid) y el Gobierno de Brasil.

Francisco cuenta que esta frontera es un trazado de asfalto que se pasa a pie, arrastrando el equipaje, hasta llegar al puesto brasileño y topar con el primer muro simbólico, la lengua: “Ves gente muy pobre, que viene de todo el país, sobre todo de Oriente, y la policía brasileña les habla solo en portugués. La ley obliga a dejarlos pasar, pero a muchos les dan es un permiso temporal de 30 días, que tienen que renovar como en un régimen de presentación con un tribunal”. Ese es el segundo muro. 

Esperar o no por un destino 

Quienes son vacunados del lado brasilero tienen que pasar 21 días en cuarentena en los quince refugios que hay en Boa Vista o los cuatro de Pacaraima, distintos para indígenas y no indígenas. El componente indígena es un nivel adicional de complejidad. María Teresa Belandria explica que el Gobierno de Brasil sabe que no los puede interiorizar, es decir, hacerlos pasar por los procesos que se aplican a quienes van a quedarse en el país. “Los 950 pemones taurepá que huyeron de la masacre de Kumarakapay en febrero cruzaron caminando de noche y se refugiaron en Taraú Parú, en el límite. Acnur y la Operación construyeron casas para ellos. La mitad ya regresó a Venezuela”. Con los que quedan, la preocupación es integrar a los niños a la escuela brasileña.

Más complejo aún es el tratamiento de los warao, que vienen del Delta. Son refugiados económicos con un grado de vulnerabilidad mucho mayor. A diferencia de los pemones de la Gran Sabana o de los yanomami del Amazonas, los warao no tienen experiencia de relación con Brasil. No hablan portugués y a veces ni español. La embajadora explica que “para ellos mendigar es un trabajo, y en Brasil la ley prohíbe que una mujer pida en la calle con un niño. A casi todos los están atendiendo, pero como no hay waraos en Brasil, la Fundaçao Nacional do Índio no los considera indígenas”. Algunas familias deciden adentrarse hacia el sur, caminando por las riberas de los ríos, tratando de llegar a las grandes ciudades, pero el trayecto es casi imposible. 

La Operação Acolhida tiene un comando en Boa Vista y otro en Manaos, en el que trabajan muchos militares voluntarios.

“Yo no tengo palabras para agradecer la dignidad con que tratan a nuestros refugiados, con un presupuesto para este año de unos treinta millones de euros”, dice la embajadora Belandria. 

La Operação Acolhida comenzó con el gobierno de Michel Temer, a fines de 2017, como una decisión política para ordenar lo que pasaba en la frontera. Era evidente que el flujo de migrantes venezolanos solo iba a crecer. Había caos en Boa Vista y Pacaraima: robos, desorden, suciedad, mendicidad, comercio sexual. La violencia xenófoba empezaba a extenderse en una ciudad abrumada por los migrantes en las calles. Belandria dice: “Ahora los migrantes duermen en campamentos de los que pueden salir de día. A quienes no están en campamentos les cuidan las cosas y les prestan carpas. Tienen espacios para bañarse. Se sirve la comida, hay prioridad para los más vulnerables, todo organizado por el Ejército. Duele mucho ver 1.500 venezolanos esperando para poder comer, pero comen”. 

Así se sirve la cena en una noche normal en un refugio para migrantes venezolanos en Boa Vista

Foto: Embajada de Venezuela en Brasil

Desde Boa Vista y Manaos la mayoría empieza a repartirse por el territorio brasileño, para establecerse o para seguir hacia Argentina, Chile o Uruguay. “Los que no tienen trabajo pero llegan con un plan”, dice Belandria, “optan a la interiorización por cuenta propia, a la reunificación familiar (si tienen parientes en Brasil que los apadrinan) o a la reunificación social (si los padrinos son amigos en vez de parientes). Todo lo coordina Casa Civil, que incluye a 14 ministerios, más las iglesias y las ONG, los clubes y particulares”. Las iglesias evangélicas también han sido muy activas ubicando a los migrantes en nuevos destinos: así ganan acólitos. Algunos migrantes lo saben y se acercan a ellas. 

Cuando aparece un trabajo o un padrino para un migrante venezolano que se va a interiorizar en Brasil, este debe salir de Boa Vista (en avión) o de Manaos (en avión o en barco fluvial). La Operação tiene asientos reservados en vuelos comerciales o de la Fuerza Aérea. En el destino, la empresa Sodexho los espera con una tarjeta de débito cargada con un sueldo mínimo, para que puedan sobrevivir durante el primer mes de labores mientras cobran su primer salario.  

La muralla verde y la muralla invisible

En Boa Vista y Manaos, las ciudades del norte, los migrantes esperan a que los atiendas en cualquier parte: en las redomas, en el terminal de autobuses, en el aeropuerto o en las calles. Al menos comen y tienen cerca de un hospital. 

Pero hay muchos, dice Francisco, que quedan atrapados en el Brasil pobre, desconectados de Venezuela y de las metrópolis del sur del país, sin hablar portugués, sin formación profesional, sin permiso de trabajo ni empleo. Pelean por lavar parabrisas en los semáforos, fríen salgados junto a la calle, limpian, piden, roban, se prostituyen. Es la zona de Brasil en la que más duró la esclavitud, el país de las fazendas. “Bajo la bondade, hay explotación. Es la parte más desigual del país más desigual de la región más desigual del mundo. Es el paisaje que ves en la película Estación central”

Francisco dice que toda esa organización está diseñada para que el venezolano no se quede. “A mí me han tratado como un igual porque soy un profesor huyendo de una dictadura. El brasileño no te humilla, pero te pone un muro. Por eso tantos venezolanos pasan por aquí pero no se quedan. Quieren salir por Iguazú hacia Argentina, Paraguay, Chile, Uruguay”. 

Según la embajadora Belandria, por Brasil han pasado aproximadamente 280 mil venezolanos, buena parte de ellos rumbo al Cono Sur. De esos, unos 171 mil viven allí, 75 mil en condición de refugiados y el resto son residentes temporales o permanentes. Dice que en este país no sucede como en los Andes. De los migrantes venezolanos no se habla en los medios nacionales, salvo de casos específicos en Roraima, donde de cada veinte bebés que nacen, diez son de madres venezolanas. Para Belandria aquí no hay xenofobia. “Al revés, lo que hay es pura comprensión. Pero a quien detienen por delitos o por infiltrarse pierde su condición de refugiado”. 

Cuando un venezolano es detenido, notifican a la embajada por si se necesita asistencia jurídica. Pero la actual embajada de Venezuela en Brasilia —o más bien la oficina de Belandria; la embajada propiamente dicha sigue ocupada por funcionarios del régimen de Maduro, que Brasil no reconoce— es una habitación de hotel, donde trabajan voluntarios, con equipos y materiales prestados o donados por otras legaciones. Los consulados venezolanos no funcionan. 

Los recursos que pide la embajadora no llegan a su oficina; van directo de los donantes a las agencias involucradas en la Operação Acolhida. Belandria dice que de todas formas intentan coordinar: “Hace unos días murió un venezolano solo en Curitiba en un hospital, de un infarto. Nos notificó el hospital y emití una autorización a la comunidad venezolana allá para retirar el cuerpo. Con la iglesia católica se le dio sepultura. Se ha muerto muchísima gente, uno por día en Boa Vista ahora, porque estaban enfermos o por cualquier causa”.

Francisco desconfía de todo lo que se dice. No cree que haya aún un estudio serio sobre la cantidad de migrantes venezolanos ni sobre su situación. Dice que muchos trabajan en negro, viven en pensiones, tienen grados enormes de vulnerabilidad. “Esto no me lo contaron, yo lo he visto”. La embajadora asegura que como quiera que sea, el Estado brasileño está preparado. Al menos para que el flujo de venezolanos, que hoy es de 600 personas por día, llegue a ser de 1.000. 

Mientras tanto, siguen las historias, las de gente que cae por las grietas del sistema: entre Paracaima y Boa Vista, malandros venezolanos asaltaron el carro donde viajaba Carolina con otros migrantes. Llegó a Boa Vista sin dinero y sin cédula, por eso no pudo usar el pasaje que tenía para volar a Argentina. Denunció el robo ante la policía federal y la civil, pero no quiso entrar al refugio. De Venezuela le mandaron una cédula que no le ha llegado. Cuando termino de escribir esto, Carolina lleva dos semanas varada en Boa Vista, y no sabe cuándo ni cómo podrá seguir. 

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