Sabido es que “de Cocula es el mariachi y de Tenochtitlan los sones” tanto como que “quien paga el mariachi escoge las canciones”. Además como amor con amor se paga, nos toca hoy atender el reclamo de una lectora consecuente que nos pidió más detalles sobre el cine mexicano y el papel cumplido por la pantalla grande en la difusión de la cultura y las costumbres de un pueblo soberano “que llora de alegría y canta de dolor”, como lo pregona –o lo lamenta- una conocida canción.
Hago la salvedad que, para estar a tono con los carretes de celuloide de los antiguos filmes, que con excesiva frecuencia rompían la cinta, mi memoria también se descarrila a veces y vuelven un rollo los recuerdos, Pero no queda de otra: luz, cámara, acción.
Hubo una época en la que se impuso la moda del contrapunteo epistolar. Un señor llamado Luterio, sin ser maracucho, le aplicó el artículo 31 de la antigua – e irrespetada nuestra Ley del Trabajo- a su amada en los siguientes términos:
“Cuando recibas esta carta sin razón, Eufemia
ya sabrás que entre nosotros todo terminó
y no la des por recibida por traición, Eufemia
te devuelvo tus palabras
te devuelvo sin usarlas
y que conste en esta carta
que acabamos de un jalón
no me escribiste
y mis cartas anteriores no sé si las recibistes
tú me olvidaste
y mataron mis amores
el silencio que le diste
a ver si a ésta tú le das contestación, Eufemia
del amor pa que te escribo
y así queda como amigo tu afectísimo y atento muy seguro servidor, Luterio.»
A la semana siguiente, la respuesta se escuchaba en todas las rocolas del pueblo:
Tengo en mis manos la última carta que me escribiste, Luterio
y hablando de ella y su contenido
quiero expresarte lo que en contra te digo
sobre el motivo del rompimiento y del silencio
que piensas que te dí
quiero decirte Luterio de mi vida
que de tus anteriores ninguna recibí
mira, Luterio te acuerdas de aquel hombre con quien tu te emborrachaste
ahora es cartero y dice que me quiere desde que nos presentastes
ya ves como andan en el correo mejor tus cartas podrías certificar
y así termino, devuélveme mis cosas, perdóname la letra y el papel, Eufemia.
Es natural que el tema del amor y sus mil y una complicaciones sean el tema principal de muchas de las producciones musicales mexicanas, habida cuenta que “por amor fueron creados los hombres en la faz de la tierra y por amor hay quien haya querido regalar una estrella”. Prohibido olvidar que por amor fue un día al calvario con una cruz a cuestas, aquel que también por amor entregó el alma entera…
Como las musas no tienen límites, un bardo con vocación de detective y facultades de reportero policial, se adelantó a los tiempos y versionó el feminicidio de una bella mujer que pagó con su vida el amor por el baile, al prestar oídos sordos a las recomendaciones de su mamá:
Año de mil novecientos
muy presente tengo yo
en un barrio del Saltillo
Rosita Alvírez murió,
su mamá se lo decía
Rosa esta noche no sales.
mamá no tengo la culpa
que a mí me gusten los bailes
Hipólito llegó al baile
y a Rosa se dirigió
como era la más bonita
Rosita lo desairó
Rosita no me desaires
la gente lo va a notar
pues que digan lo que digan
contigo no he de bailar
echó mano a su cintura
y una pistola sacó
y a la pobre de Rosita
nomás tres tiros le dio
Rosita ya está en el Cielo
dándole cuenta al Creador
Hipólito está en la cárcel
dando su declaración…
Otro homicidio que dio vida a muchos comentarios y trabajo a los mariachis fue la triste historia de un ranchero enamorado, que fue borracho parrandero y jugador. Juan se llamaba y lo apodaban “Charrasqueado”. Era valiente y arriesgado en el amor, a las mujeres más bonitas se llevaba y en esos campos no quedaba ni una flor…
Un día domingo que se andaba emborrachando a la cantina le corrieron a avisar: cuídate Juan, que por ahí te andan buscando, son muchos hombres no te vayan a matar. No tuvo tiempo de montar en su caballo, pistola en mano se le echaron de a montón. Estoy borracho-les gritaba- y soy buen gallo, cuando una bala atravesó su corazón…
Tiempo después, cuando la milpa había crecido en los potreros, abonada con la sangre del pobre Juan, irrumpió en escena un resentido mozo, que secundado por las dolorosas notas de los violines y el estentóreo grito de las trompetas, tradujo su dolor en un lamento musical: Por ahí andan cantando con mucho sentimiento/el corrido de Juan Charrasqueado/ diciendo que a la mala por ahí lo habían matado/ y yo quiero decirles/señores, que ha pasado/cobarde y traicionero/ así era Charrasqueado/cara a cara jamás se peleaba/era muy poco gallo/pá morir en la raya/y se sentía valiente, nomás cuando tomaba/yo maté a Juan Charrasqueado/ porque quiso burlar el honor/ de la joven más linda de la hacienda/ a quien yo le entregué mi corazón/ no quise darle a las malas/ y le hablé pá que saliera a pelear/ y el cobarde corrió para escaparse/ y como un perro lo tuve que matar/. Triste episodio que bien merecía como lápida una sentencia que escuché en la sierra falconiana: las manchas de honor se lavan con sangre.
Más allá del entretenimiento, el cine mexicano merece las palmas y los mayores reconocimientos por sus aportes al séptimo arte, como escuela de moral y cívica, sobre todo con las geniales cintas protagonizadas Don Mario Moreno “Cantinflas” que, con sobrada razón, escogió como epitafio: “Parece que se ha ido; pero no es cierto”. Afirmación que apuntala Ricardo Arjona al señalar que “uno está donde más se le recuerda”, por lo que el Charles Chaplín latinoamericano morará por siempre en nuestra memoria.
Lastimosamente, el buen ejemplo del cine azteca que transformaba la pantalla de los cines en pizarras de pedagogía ciudadana yace en el olvido, ante el bombardeo propagandístico que pregona que “lo que pasa en las Vegas, en Las Vegas se queda”, seductor anzuelo semántico que muerden ingenuas jóvenes, que caen como inocentes sardinas en las redes de pescadores de río revuelto, para después, cuando amaine la resaca andar buscando, desesperadamente, la dirección de un brujo que, según Gabriel García Márquez “preparaba un bebedizo que hacía expulsar hasta los cargos de conciencia”. Fin.
Periodista.