martes, noviembre 19, 2024
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El asalto al Capitolio comenzó a fraguarse hace décadas

Los republicanos cínicos han mimado a los locos durante mucho tiempo.

Un aspecto sorprendente del putsch (golpe de Estado en alemán) en el Capitolio fue que ninguna de las demandas de los asaltantes estaba afincada en la realidad.

No, la elección no fue robada, no hay evidencia de un fraude electoral significativo. No, los demócratas no forman parte de una conspiración pedófila satánica. No, no son marxistas radicales, incluso, en cualquier otra democracia occidental, se consideraría que el ala progresista del partido solo se inclina de manera moderada a la centroizquierda.

Así que toda esa ira se basa en mentiras. No obstante, lo que es casi tan sorprendente como las fantasías de los asaltantes es la poca cantidad de líderes republicanos que han estado dispuestos, a pesar de la violencia y la profanación, a decirle a la turba de los MAGA (Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo) que sus teorías conspirativas son falsas.

Tengan en cuenta que Kevin McCarthy, el líder de la minoría de la Cámara de Representantes, y dos tercios de sus colegas votaron en contra de aceptar los resultados del Colegio Electoral incluso después de los disturbios (luego, con pleno descaro, McCarthy denunció la “división” al interior del partido, con el argumento de que “debemos convocar a nuestros mejores ángeles”).

Claro está que tenemos que entender los motivos de nuestros enemigos nacionales de la democracia. En general, los politólogos concluyen que el antagonismo racial es el mejor indicador de la disposición a soportar la violencia política (lo cual no es sorprendente, dada la historia de Estados Unidos). De manera anecdótica, las frustraciones personales (que a menudo implican interacciones sociales, no una “ansiedad económica”) también parecen impulsar a muchos extremistas.

Pero ni el racismo ni el interés generalizado en las teorías conspirativas son nuevos en nuestra vida política. La cosmovisión descrita en The Paranoid Style in American Politics, el clásico ensayo de Richard Hofstadter publicado en 1964, apenas se distingue hoy en día de las creencias de QAnon.

Así que no se obtiene gran cosa al entrevistar a los muchachos de gorra roja en las cafeterías; siempre ha habido gente así. Si hay o parece haber más personas así que en el pasado, tal vez tiene menos que ver con agravios intensificados que con estímulos externos.

Porque el gran cambio desde que Hofstadter escribió aquello es que uno de nuestros principales partidos políticos está dispuesto a tolerar y, de hecho, a alimentar la paranoia política de la derecha.

En un principio, mimar a los locos era un gesto casi enteramente cínico. Cuando el Partido Republicano comenzó a moverse hacia la derecha en los años setenta, su verdadera agenda era principalmente económica: lo que sus líderes querían, sobre todo, era la desregulación de los negocios y los recortes de impuestos para los ricos. Pero el partido necesitaba algo más que la plutocracia para ganar las elecciones, así que empezó a cortejar a los blancos de la clase trabajadora con lo que podrían considerarse como consignas racistas apenas disimuladas.

No es por casualidad, la supremacía blanca siempre se ha sostenido en gran parte mediante la supresión de los votantes. Así que no debería sorprendernos ver a las personas de derecha lamentarse porque hubo una elección amañada; después de todo, amañar elecciones es lo que su bando está acostumbrado a hacer. Y no sabemos con claridad hasta qué punto en realidad creen que estas elecciones fueron amañadas o si más bien están furiosos porque esta vez el fraude electoral habitual no funcionó.

No obstante, no solo se trata de la raza. Desde Ronald Reagan, el Partido Republicano ha estado estrechamente vinculado con la derecha cristiana de línea dura. Cualquiera que se sorprenda por la prevalencia de las teorías conspirativas demenciales en 2020 debe echar un vistazo a The New World Order, el libro que publicó en 1991 Pat Robertson, un aliado de Reagan, quien consideró que Estados Unidos estaba amenazado por una cábala internacional de banqueros judíos, masones y ocultistas. O debe mirar un video de 1994 promovido por Jerry Falwell llamado The Clinton Chronicles, que afirmaba que Bill Clinton era un narcotraficante y un asesino en serie.

Entonces, ¿qué ha cambiado desde entonces? Durante mucho tiempo las élites republicanas imaginaron que podían aprovecharse del racismo y de las teorías conspirativas mientras siguieran centrándose en una agenda plutócrata. Sin embargo, con el ascenso primero del Tea Party, luego de Donald Trump, los cínicos descubrieron que los locos eran los que tenían el control y que querían destruir la democracia, no reducir los impuestos sobre las ganancias de capital.

Y las élites republicanas, con pocas excepciones, aceptaron su nuevo estatus de subordinación.

Tal vez esperabas que un número considerable de políticos republicanos cuerdos dijeran al fin que ya era suficiente y rompieran con sus aliados extremistas. Pero el partido de Trump no se opuso a la corrupción ni al abuso de poder de este; lo apoyó cuando se negó a aceptar la derrota electoral y algunos de sus miembros están reaccionando a un ataque violento contra el Congreso con quejas sobre la pérdida de seguidores en Twitter.

Y no hay razón para creer que las atrocidades que están por venir, porque habrá más atrocidades, marcarán una diferencia. El Partido Republicano ha llegado al fin de su largo viaje para distanciarse de la democracia y cuesta trabajo ver cómo puede redimirse.

Paul Krugman se unió a The New York Times como columnista de Opinión en 2000. Es profesor distinguido de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Ciencias Económicas por sus trabajos sobre el comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman

Paul Krugman has been an Opinion columnist since 2000 and is also a Distinguished Professor at the City University of New York Graduate Center. He won the 2008 Nobel Memorial Prize in Economic Sciences for his work on international trade and economic geography. @PaulKrugman

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